¿Dios responde realmente La Oración?

Visits: 20

[Nota: esta MS esta disponible en letra mas grandee en nuestra pagina de Espanol.]

Introducción

            ¿Todo lo que nos pasa a cada uno de nosotros está determinado por las posiciones de los cuerpos celestes (Astrología)? ¿Todo lo que nos ocurre está predeterminado, predestinado por Dios (Determinismo, Calvinismo)? ¿Todo lo que experimentamos es el resultado de un destino ciego, insensible e irracional (chancismo, fatalismo)? ¿Somos nosotros y nuestro mundo la creación de un dios que ha dado cuerda a todo como un gran reloj y luego se ha retirado de cualquier actividad o interés en nosotros hasta que la máquina se haya agotado (deísmo)? ¿Comparten Dios y Satanás el poder sobre la dirección y el futuro de nuestro mundo (dualismo)? ¿O tenemos un Dios vivo, amoroso y todopoderoso que permanece vitalmente interesado en nosotros y que todavía está activo en los asuntos de sus hijos y responde a sus ruegos? La Biblia sin vacilar, repetidamente e incesantemente responde: “¡Sí! ¡Tenemos un Dios así!”

            Hablar de la capacidad de respuesta de Dios a nuestras súplicas y necesidades es hablar de la oración, el medio por el cual Dios nos permite dirigirnos a Él. La oración es a la vez uno de los temas más importantes y frecuentes de las Escrituras. No es solo un hilo en el tejido de la Sagrada Escritura, sino que es un patrón importante de ese tejido. ¿Cómo maneja, trata y responde Dios a nuestras oraciones cuando se dirigen a Su trono? Esta pregunta sugiere el tema de la providencia. De hecho, no se puede estudiar el tema de la oración y el cómo o si Dios responde, sin estudiar el tema de la providencia.

Definición De Términos

            La oración en nuestras versiones comunes (RV1960, LBLA) se traduce de cuatro palabras griegas diferentes. La que ocurre con más frecuencia de estas simplemente significa un discurso a Dios expresando peticiones y/o acciones de gracias. Las palabras que se usan con menos frecuencia incluyen las ideas de súplica e intercesión. En pocas palabras, la oración es el medio por el cual los hijos de Dios se dirigen a Él para pedirle las cosas que necesitan y desean, tanto para uno mismo como para los demás, y para ofrecerle acciones de gracias y alabanza.

            La “providencia” es el medio por la cual Dios responde a nuestras peticiones y súplicas. Nuestra palabra española, providencia, proviene de la palabra latina providentia, que significa previsión, prever. Hay una palabra griega equivalente pronoia pero, irónicamente, no se usa en referencia a Dios en la Biblia. A pesar de este hecho, el concepto de la Divina Providencia sin duda está ahí. La Providencia Divina se refiere a la previsión de Dios por la cual Él determina las necesidades del hombre y las suple para el cumplimiento de Su voluntad y gloria. Mientras que la Providencia de Dios beneficia a todos los hombres en general (Providencia general, por ejemplo, Mateo 5:45), Él ejerce una benevolencia más específica hacia Su propio pueblo fiel (Providencia especial, por ejemplo, Deuteronomio 4:40; 5:33; Mateo 6:33; 28:20; Romanos 8:28; Efesios 3:20; Filipenses 4:19). Una vez más, es a través de Su Providencia que Dios responde a nuestras oraciones.1

            En épocas pasadas, Dios a veces suspendió las leyes de Su universo físico para bendecir a los justos, castigar a los malvados o de alguna otra manera cumplir Su propia voluntad perfecta. Podemos llamar a esto la “Providencia sobrenatural” de Dios. La Biblia abunda en registros de los actos sobrenaturales de Dios que fueron el resultado de que Él previó las necesidades de un individuo, una familia, una nación o incluso toda la humanidad, y luego suplió esa necesidad. Cuando Dios obró milagros, señales y prodigios, los hombres racionales (incluso los incrédulos) inmediatamente pudieron ver y testificar que Dios había ejercido Su gran poder (Juan 3:2; Hechos 4:16; y otros). Dios no obra así entre los hombres hoy, ni lo ha hecho desde el fin de la era apostólica.

            Si bien el elemento milagroso de la obra de Dios en tiempos pasados hizo que Su intervención se identificara inmediatamente, las obras providenciales de Dios a través de Sus leyes naturales (es decir, la “Providencia natural”) no se puede identificar positiva y dogmáticamente. Por definición, tales obras de Dios están “tras bambalinas” y emplean procesos normales, leyes naturales y circunstancias comunes. Podemos creer firmemente que ciertos eventos o circunstancias ocurren en nuestras vidas debido a la Providencia de Dios, pero no existe una prueba objetiva o concluyente sobre la cual hacer declaraciones dogmáticas sobre tales asuntos.

            La conocida pregunta de Mardoqueo a Ester ilustra este hecho: “¿Y quién sabe si para esta hora has llegado al reino?” (Ester 4:14, énfasis en DM). Aparentemente, Mardoqueo creía que era providencial que Ester fuera la reina de Persia en ese momento (y por lo tanto estaba en condiciones de evitar la destrucción de su pueblo), pero no había forma de que pudiera probarlo absolutamente.

            Asimismo, podemos convencernos de que un determinado desarrollo de acontecimientos en nuestra propia vida o en la vida de otros fue el resultado de la Providencia de Dios. Sin embargo, al asignar así las cosas siempre está el elemento de quizás, como dijo Pablo con respecto a la partida de Onésimo de Filemón (Filemón 15). Si hay una especie de agnosticismo bíblico, es éste: no podemos saber con certeza exactamente dónde, por qué, cuándo y con respecto a quién se emplea (o se empleó) la Providencia de Dios. Sin embargo, esto de ninguna manera quita mérito al hecho de que la Biblia enseña que está trabajando para nosotros mientras le servimos (Romanos 8:28).

            La oración y la Providencia son complementarias. Mientras oran los hijos fieles de Dios, opera la Providencia de Dios. La oración es el deber y el privilegio del hombre de dirigirse a su Creador. La providencia es la respuesta de Dios a nuestras necesidades y peticiones.

Sí, Dios Responde A Las Oraciones, Eso Está Arraigado En Su Naturaleza

            Nuestro Dios es un Dios misericordioso: “Y cuando él clamare a mí, yo le oiré, porque soy misericordioso” (Éxodo 22:27). Nuestro Dios es un ser de bondad: “¿O menosprecias las riquezas de su benignidad, paciencia y longanimidad, ignorando que su benignidad te guía al arrepentimiento?” (Romanos 2:4)? Nuestro Dios es un Dios generoso: “El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará también con él todas las cosas?” (Romanos 8:32). Nuestro Dios es un Dios que se preocupa: “Echando toda vuestra ansiedad sobre él, porque él tiene cuidado de vosotros” (1ª Pedro 5:7). Nuestro Dios es un Dios que ayuda: “de manera que podemos decir confiadamente: El Señor es mi ayudador; no temeré lo que me pueda hacer el hombre (Hebreos 13:6). Nuestro Dios es un Dios amoroso: “Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros” (Romanos 5:8).

            El Padre es comparado por nuestro Señor con un padre terrenal benevolente, solo que mucho más benévolo:

¿Qué hombre hay de vosotros, que si su hijo le pide pan, le dará una piedra? O si le pide un pescado, le dará una serpiente? Pues si vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas dádivas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre que está en los cielos dará buenas cosas a los que le pidan? (Mateo 7:9-11)

            Está en la naturaleza misma de Dios escuchar y contestar nuestras oraciones.

Sí, Dios Responde A Las Oraciones, Eso Se Basa En Sus Promesas

            Dios le dijo a Salomón mientras dedicaba el templo: “Si se humillare mi pueblo, sobre el cual mi nombre es invocado, y oraren, y buscaren mi rostro, y se convirtieren de sus malos caminos; entonces yo oiré desde los cielos, y perdonaré sus pecados, y sanaré su tierra” (2º Crónicas 7:14). Dios dijo a Israel por medio de Isaías: “He aquí que no se ha acortado la mano de Jehová para salvar, ni se ha agravado su oído para oír; pero vuestras iniquidades han hecho división entre vosotros y vuestro Dios, y vuestros pecados han hecho ocultar de vosotros su rostro para no oír” (Isaías 59:1–2 énfasis. DM). La implicación inequívoca es doble: (1) Jehová escuchó sus oraciones cuando le sirvieron fielmente, y (2) Él las volvería a escuchar cuando se arrepintieran de su apostasía.

            Aunque el ciego sanado de Juan 9 no fue inspirado, sus palabras reflejan fielmente la enseñanza de su Antiguo Testamento, así como la de nuestro Nuevo Testamento: “Y sabemos que Dios no oye a los pecadores; pero si alguno es temeroso de Dios, y hace su voluntad, a ése oye” (v. 31). El hombre sabía que los fariseos interrogantes conocían la Ley y que no discutirían con su axioma. Por eso dijo: “Sabemos…” era una verdad que no se podía negar ni contradecir con éxito. Más que esto, el Señor no corrigió al hombre, colocando así Su sello de respaldo Divino en su declaración. Si bien a menudo enfatizamos la primera parte del versículo, ahora dirijo nuestra atención a la segunda parte: la promesa de que Dios escucha la oración de los justos.

            Santiago escribió mucho sobre la oración y varias de sus declaraciones contienen la promesa de que Dios escuchará y contestará nuestras oraciones: “Y si alguno de vosotros tiene falta de sabiduría, pídala a Dios, el cual da a todos abundantemente y sin reproche, y le será dada … no tenéis lo que deseáis, porque no pedís …. La oración eficaz del justo puede mucho” (1:5; 4:2; 5:16).

            Nuestro Señor prometió en Su Sermón del Monte que Dios escuchará y contestará nuestras oraciones: “ora a tu Padre que está en secreto; y tu Padre que ve en lo secreto te recompensará” (Mateo 6:6). Él dio a entender la misma promesa cuando enseñó a los discípulos a orar (vv. 9-13). Afirmó firmemente la promesa de Dios en Mateo 7:7-8, 11, que ya hemos citado.

            Sin duda, entre las “preciosas y grandísimas promesas” de las que escribió Pedro (2ª Pedro 1:4), la promesa de que nuestro Dios nos escuchará y contestará nuestras oraciones es una de las más queridas para nosotros.

Sí, Dios Responde A La Oración ― Basado En Nuestro Cumplimento De Sus Condiciones

            Como se señaló anteriormente, Dios tiene una Providencia General mediante la cual derrama cierta bendición física sobre los hombres universalmente sin condición. El Señor se refirió a esto cuando dijo del Padre, “que hace salir su sol sobre malos y buenos, y que hace llover sobre justos e injustos” (Mateo 5:45). Sin embargo, toda bendición espiritual que uno pueda buscar de Dios en Su Providencia Especial es condicional. Por la propia naturaleza del caso, esto debe ser así. La única posición alternativa es el Universalismo, porque en la voluntad “ideal” de Dios, Él “…quiere que todos los hombres sean salvos y vengan al conocimiento de la verdad” (1ª Timoteo 2:4), y Su gracia “se ha manifestado para salvación a todos los hombres” (Tito 2:11). Para entrar en el reino, uno debe satisfacer la condición de Dios de nacer del agua y el Espíritu (Juan 3:5). Para recibir la corona de la vida debemos ser fieles hasta el punto de morir por el Señor si es necesario (Apocalipsis 2:10). Cristo es el autor de salvación para todos los que le obedecen y para nadie más (Hebreos 5:9). La maravillosa bendición del compañerismo tanto con Dios como con Sus hijos es nuestra solamente “…si andamos en luz, como él está en luz” (1ª Juan 1:6–9). Con Pablo debemos decir: “…ocupaos en vuestra salvación con temor y temblor” (Filipenses 2:12). No hay bendiciones espirituales de las que tenga conocimiento que no tengan condiciones asociadas a su recepción. (Siendo este el caso, la declaración sobre este tema de nuestro hermano apóstata, Rubel Shelly, es un error gigantesco y herejía: “Es una mentira escandalosa e indignante enseñar que la salvación surge de la actividad humana. No contribuimos ni un ápice para nuestra salvación.”)2

            La respuesta a la oración es una bendición espiritual a la que Dios ha adjuntado condiciones muy claras, algunas de las cuales he mencionado (pero no he enfatizado) en pasajes ya citados. Tenga en cuenta que ninguna de estas condiciones es independiente de las demás, pero todas deben estar presentes para que nuestras oraciones sean escuchadas por Dios. Ahora centraremos nuestra atención en esas condiciones.

Discurso reverente

            Si bien debemos considerar a Dios como nuestro amigo (Santiago 2:23; 4:4), siempre debemos recordar que esto no nos da licencia para usar términos vulgares y demasiado familiares al dirigirnos a Él. Es aberrante para las personas temerosas de Dios escuchar el nombre de Dios trivializado en cualquier momento, pero particularmente cuando uno se dirige a Él en oración. Algunos han pensado que simplemente estaban rompiendo con la tradición cuando se atrevieron a dirigirse al Dios del Universo como “el hombre de arriba,” “querido papá” o, en la lengua vernácula hippie, “papito.” Sin embargo, las Escrituras revelan que el uso de todos esos términos irrespetuosos rompe con la revelación. El precepto de Jesús nos enseña a dirigirnos a Dios como “Padre nuestro” cuyo nombre es “santificado” (Mateo 6:9). Santificado se refiere a algo que ha sido apartado, a diferencia de lo que es común. Con el ejemplo, el Señor nos enseña en Su oración inmortal de Juan 17 a dirigirnos a Dios como “Padre” (vv. 1, 5, 21, 24), “Padre Santo” (v. 11) y “Padre Justo” (v. 25). Los apóstoles no pasaron por alto este énfasis reverente; en sus oraciones se dirigían a Dios llamándolo “Señor” (Hechos 1:24; 4:24, 29). Que nunca seamos culpables de dirigirnos a Dios de una manera vana, común o irrespetuosa.

En fe

            La oración es vana, incluso hipócrita, sin la fe como raíz. Sin fe, su propósito es un mero ritual y/o para impresionar a los hombres. Aquellos que oran así reciben la recompensa que buscan, a saber, el aplauso de algunos hombres, pero no de Dios (Mateo 6:5). Por el contrario, el Señor enseñó: “Y todo lo que pidiereis en oración, creyendo, lo recibiréis” (21:22). Si bien las palabras de Hebreos 11:6 se extienden más allá de la oración, seguramente la incluyen: “Pero sin fe es imposible agradar a Dios; porque es necesario que el que se acerca a Dios crea que le hay, y que es galardonador de los que le buscan.” De manera similar, Santiago escribió: “Pero pida con fe, no dudando nada; porque el que duda es semejante a la onda del mar, que es arrastrada por el viento y echada de una parte a otra. No piense, pues, quien tal haga, que recibirá cosa alguna del Señor” (1:6–7). La oración sincera y valiosa es un ejercicio de fe. Los ateos y agnósticos no oran; ¡incluso si deben desperdician palabras! Oremos con gran fe y confianza para que nuestro Dios nos escuche y nos responda.

En humildad

            El orgullo, la arrogancia y el egoísmo están prohibidos en el pueblo de Dios en todas las circunstancias, pero están particularmente fuera de lugar en la oración. Más bien, nuestra completa sujeción a Su voluntad debe impregnar nuestras oraciones. El reconocimiento de nuestro estado humilde y de nuestra sumisión a la voluntad de Dios debería caracterizarnos siempre mientras oramos. El Señor así lo enseñó en la “oración modelo”: “Hágase tu voluntad” (Mateo 6:10). Tres veces, en su gran agonía antes de sus pruebas y crucifixión, oró, “pero no sea como yo quiero, sino como tú” (26:39–44). Santiago expuso el caso de la humildad de manera precisa, incluyendo la oración: “Dios resiste a los soberbios, y da gracia a los humildes” (4:6). Parece que en algunas oraciones los hermanos están tratando de atacar las puertas del cielo con sus demandas, diciéndole a Dios qué hacer y cómo y cuándo hacerlo. Si bien se nos anima a dar a conocer nuestras necesidades y deseos, siempre debe hacerse en el marco de “no se haga mi voluntad, sino la tuya.”

            La humildad produce un espíritu de dependencia de Dios. Así como la oración es una expresión de fe en Dios, también es una expresión de dependencia de Dios. Los Salmos son en realidad oraciones en su mayor parte, y muchas de ellas son hermosas expresiones de la total dependencia de Dios del hombre. Considere lo siguiente: “Jehová Dios mío, en ti he confiado; Sálvame de todos los que me persiguen, y líbrame” (7:1). “Te amo, oh Jehová, fortaleza mía. Jehová, roca mía y castillo mío, y mi libertador; Dios mío, fortaleza mía, en él confiaré; Mi escudo, y la fuerza de mi salvación, mi alto refugio.” (18:1–2). “Jehová es mi luz y mi salvación; ¿de quién temeré? Jehová es la fortaleza de mi vida; ¿de quién he de atemorizarme?” (27:1).

            En la oración modelo vemos esta dependencia expresada: “El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy” (Mateo 6:11). Cuando los santos de Jerusalén oraron después de que el concilio había amenazado y puesto en libertad a Pedro y Juan, dijeron: “Soberano Señor, tú eres el Dios que hiciste el cielo y la tierra, el mar y todo lo que en ellos hay” (Hechos 4:24). Nuestras oraciones, como las de ellos, deben referirse explícitamente a este sentido de dependencia que sentimos, ya que es fruto de una auténtica humildad. Una actitud autosuficiente hacia Dios es una forma de ateísmo práctico.

Por medio de Cristo

            No soy digno de acercarme a Dios directamente o de hacer mi súplica ante Su trono. Soy pecador y Él no puede soportar el pecado en Su presencia. Sin embargo, hay Uno a través del cual puedo acercarme a Dios. Él es el Cristo, el Unigénito Hijo de Dios y nuestro único Sumo Sacerdote. Pablo escribió sobre esto:

Porque no tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado. Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro (Hebreos 4:15–16).

            Además, Pablo declaró: “Porque hay un solo Dios, y un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre” (1ª Timoteo 2:5). Aunque las conocidas palabras de Cristo en Juan 14:6 se aplican a algo más que a la oración, ciertamente abarcan este tema: “Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí.” Por eso dijo más tarde en este mismo discurso a los apóstoles: “Y todo lo que pidiereis al Padre en mi nombre, lo haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo. Si algo pidiereis en mi nombre, yo lo haré…” (vv. 13-14; véase 15:16; 16:23-24).

            También aprendemos de estos pasajes que debemos dirigir nuestras oraciones solo a Dios el Padre. Dado que este tema se ha tratado mucho más a fondo en otro capítulo de este libro, sólo lo consideraremos brevemente. Más de una vez he escuchado a hermanos dirigirse a Jesús en sus oraciones. Creo que los hermanos a veces hacen esto inconscientemente. Por ejemplo, en la Mesa del Señor a menudo he escuchado la siguiente oración: “Te damos gracias por tu sangre que fue derramada en la cruz por nuestros pecados.” Tal oración se dirige a Jesús o (si uno sostiene que todavía está dirigiéndose al Padre) coloca al Padre en la cruz, los cuales son descaradamente antibíblicos. Una vez escuché a un hermano dirigirse a los tres miembros de la Deidad en la misma oración. Si bien los tres son Dios, es al Padre a quien debemos dirigirnos en nuestras oraciones, a través de la meditación de Cristo, porque así lo enseña el Espíritu Santo (Colosenses 3:17, et al.). No es por tradición humana o ritual que incluimos en nuestras oraciones el hecho de que las estamos ofreciendo en el nombre de Cristo. Es porque debemos hacer esto para obedecer la Palabra de Dios.

En armonía con su voluntad

            Nuestras oraciones son vanas si piden algo que viola o contradice la voluntad revelada de Dios. Juan escribió: “Y esta es la confianza que tenemos en él, que si pedimos alguna cosa conforme a su voluntad, él nos oye” (1ª Juan 5:14). Cuando los predicadores sectarios les dicen a los inconversos que simplemente hagan la “oración del pecador” (“Dios, ten misericordia de mí, pecador” [Lucas 18:13]) y prometen que Dios los perdonará y salvará, están diciendo a la gente que ore por algo que contradice la Palabra de Dios. A los inconversos nunca se les dijo que oraran pidiendo perdón. Cuando Ananías encontró a Saulo en Damasco, estaba orando (Hechos 9:11), pero le dijo a Saulo: “Ahora, pues, ¿por qué te detienes? Levántate y bautízate, y lava tus pecados, invocando su nombre” (22:16). La oración no fue (y no es) la forma en que Dios ha instruido a los hombres para que lo invoquen para el perdón de sus pecados estando fuera de Cristo, pero el bautismo fue (y es) (cf. Marcos 16:16; Hechos 2:38; et al.).

            Este mismo principio se aplica a las oraciones de los santos. Santiago escribió: “Pedís, y no recibís, porque pedís mal, para gastar en vuestros deleites” (4:3). Podemos estar seguros de que nuestra oración no será respondida afirmativamente por Dios si pide algo que viola o intenta usar atajos de Su voluntad revelada.

De alguien que se esfuerza fielmente por servir a Dios

            Ahora enfaticemos la primera parte de Juan 9:31: “Y sabemos que Dios no oye a los pecadores.” Como se mencionó anteriormente, esto refleja la enseñanza tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento. Salomón escribió: “El que aparta su oído para no oír la ley, Su oración también es abominable.” (Proverbios 28:9). Dios se dirigió a Judá a través de Isaías de la siguiente manera: “Cuando extendáis vuestras manos, yo esconderé de vosotros mis ojos; asimismo cuando multipliquéis la oración, yo no oiré; llenas están de sangre vuestras manos” (1:15). Juan expresó el mismo principio: “Y cualquiera cosa que pidiéremos la recibiremos de él, porque guardamos sus mandamientos, y hacemos las cosas que son agradables delante de él” (1ª Juan 3:22). Si ignoramos la voluntad de Dios en la forma en que vivimos, estamos perdiendo el tiempo en oración. Tales son los que oran en la asamblea de la mañana, “Danos fe y fuerza y tráenos de regreso a la próxima hora señalada,” pero que nunca estudian sus Biblias y regularmente evitan las clases bíblicas, muchas de las asambleas de adoración, campañas evangelísticas y otras oportunidades de crecimiento similares.

Sí, Dios Responde A Las Oraciones―Algunos Principios Misceláneos

            Cuando consideramos el tema de la oración y la respuesta de Dios a la oración, debemos tener en cuenta varios principios adicionales que están ligados al hecho de que Él es omnisciente, omnipotente y omnipresente. Considere lo siguiente:

Dios respeta el libre albedrío del hombre

            Dios hizo del hombre una criatura de elección y libre albedrío desde el principio. Seguramente, este es un hecho tan conocido que no necesita una documentación extensa. A Adán y Eva se les prohibió comer del árbol del conocimiento del bien y del mal (Génesis 2:17), pero se les dio libre albedrío para comer o no comer. En el discurso de despedida de Josué pronunció las famosas palabras: Escogeos hoy a quién sirváis” (Josué 24:15). Después de que muchos de sus discípulos abandonaron al Señor a causa de sus “duras palabras”, Él se dirigió a los apóstoles y les dijo: “¿Queréis acaso iros también vosotros?” (Juan 6:66–67)? Eran criaturas de libre albedrío y podrían haber elegido abandonarlo, como de hecho, finalmente lo hizo Judas. Dios nunca ha obligado a nadie a creer en Él ni a servirle.

            Esto significa que, aunque podemos orar con seriedad y frecuencia para que un ser querido crea y obedezca el Evangelio o se arrepienta del error (claramente esto está en armonía con la voluntad de Dios), Dios no impondrá Su voluntad o la nuestra sobre esa persona por nuestra oración. Esta persona por la que estamos orando fervientemente sigue siendo una criatura de libre albedrío y Dios le permite continuar rechazando Su voluntad si así lo desea. Pablo estaba muy preocupado por la incredulidad de sus hermanos judíos que estaba dispuesto a ser maldecido por Cristo si los salvaba (Romanos 9:3). Era el “anhelo de su corazón y … oración a Dios” que fueran salvos, pero aun así se negaron a someterse a la justicia de Dios (10:1-3). No solo era la voluntad de Pablo, sino la voluntad de Dios, que los judíos fueran salvos, sino que la oración de Pablo no pudo ser respondida afirmativamente porque los judíos, con pocas excepciones, ejercieron su libre albedrío en su incredulidad.

Dios no responde según nuestro itinerario

            El tiempo no es el mismo en el cielo que en la tierra: “Un día es como mil años, y mil años como un día” (2ª Pedro 3:8). Los que vivimos en la época de los hornos microondas, el café instantáneo y los restaurantes de comida rápida tenemos muy poca paciencia. Queremos una respuesta inmediata a nuestros pensamientos, planes y deseos. Si no tenemos cuidado, lo trasladaremos a nuestras expectativas de oración. Queremos orar por esto o aquello hoy y recibirlo en nuestra puerta a la mañana siguiente. No se trata de si Dios puede entregar nuestras peticiones instantáneamente, pero puede que no lo haga por muchas razones de las que ni siquiera somos conscientes. Dios opera en Su horario y no puede estar limitado por el nuestro. El reconocimiento de este principio podría ahorrarnos mucha frustración y cuestionarnos acerca de nuestras oraciones.

Dios no responde necesariamente como imaginamos o deseamos

            Cuando oramos genuinamente por mayor fortaleza y fidelidad, Dios puede dejar que seamos probados, incluso por años, para que nuestra fe sea probada y nuestra firmeza aumente (Santiago 1:2). Muchos predicadores del Evangelio fuertes y fieles que están en sus años de madurez lo son porque, al menos hasta cierto punto, han pasado por el fuego de los conflictos severos, la oposición e incluso el sufrimiento de hombres y mujeres impíos tanto dentro como fuera del reino. Pueden permanecer firmemente en la línea de fuego en la guerra espiritual de nuestro tiempo porque han sobrevivido a muchas escaramuzas en los últimos años. Es posible que hayan orado por una mayor fidelidad a Dios en sus años de juventud sin darse cuenta o reconocer en ese momento que Dios estaba respondiendo a sus oraciones por medio de sus dolorosas pruebas.

Dios a veces responde “No” o lo sustituye con algo más

            Si Dios respondiera a todas nuestras oraciones exactamente cómo, cuándo y dónde imaginamos las respuestas, probablemente sería desastroso. No siempre sabemos qué es lo mejor para nosotros, pero Dios sí. No siempre sabemos qué es lo mejor para el reino, pero Dios sí. Dios, para ser consistente con Su propia voluntad, con el libre albedrío de la humanidad y con lo que es mejor para nosotros y para el reino, puede que tenga que decir “No” a nuestras oraciones o puede que tenga que sustituir algo en su lugar de aquello por lo que oramos. Pablo tenía un “aguijón en la carne” que era tan doloroso que oró tres veces para que se lo quitara. Sin embargo, el Señor respondió: “No” y le dijo: “Bástate mi gracia” (2ª Corintios 12:7-9). En su total confianza en Dios, Pablo aceptó esto y se dio cuenta de que esta espina le recordaría que era débil, lo que a su vez lo haría fuerte (vv. 9-10).

Dios responde según su infinita sabiduría y omnisciencia

            Dios le dijo a Samuel en la casa de Isaí: “Jehová no mira lo que mira el hombre” (1ª Samuel 16:7). Así como Samuel juzgó mal a los hijos de Isaí porque solo podía ver con su limitada visión física, así ocurre con nosotros en la mayoría de las cosas. Oramos de acuerdo con nuestra propia visión, sabiduría y conocimiento limitados. Por lo tanto, a veces pedimos cosas que son inapropiadas, cosas que dañarían en lugar de ayudarnos a nosotros, a los demás o a la causa del Señor. Es parte de la Providencia de Dios que Él responda no de acuerdo con nuestra visión limitada de las cosas, sino de acuerdo con Su conocimiento y sabiduría perfectos. Ésta es otra razón por la que a veces puede que no nos dé aquello por lo que le pedimos.

Conclusión

            No hay privilegio más precioso que el cristiano tiene que la oración. ¡Es asombroso pensar en el Dios del Cielo, Creador y Sustentador del universo, escuchando atentamente y respondiendo a las peticiones de meros hombres! Cuando contemplamos el hecho de que por nuestras oraciones Dios puede realmente moverse en una dirección determinada o poner en movimiento una serie de eventos, ¡es un pensamiento asombroso! Sin embargo, la Palabra de Dios enseña nada menos que esto. Al considerar la perfección de Dios en todos los aspectos, por un lado, y nuestras propias imperfecciones, por el otro, debemos estar motivados aún más a orar: “Pero no sea como yo quiero, sino como tú” (Mateo 26:39). A la luz de la maravilla y el poder de la oración, ¿hay algún misterio del por qué Pablo dijo: “Ora sin cesar”? (1ª Tesalonicenses 5:17).

[Nota: Escribí este manuscrito y presenté un compendio oralmente en las Conferencias de la Escuela de Predicación de Memphis, organizada por la Knight Arnold Church of Christ, Memphis, TN, del 28 de marzo al 1 de abril de 1993. Se publicó en el libro de las conferencias. Viviendo en confianza: Un estudio de la doctrina bíblica de la oración, ed. Curtis A. Cates (Memphis, TN: Escuela de Predicación de Memphis, 1987).]

Atribución para: Thescripturecache.com; Dub McClish, Propietario y administrador.

Traducido por: Jaime Hernandez.

Notas finales

  1. Si bien no está en el ámbito de este capítulo discutir extensamente el cese de los milagros, ofrecemos el siguiente resumen de esta prueba del Nuevo Testamento: (1) Generalmente, los milagros registrados en el Nuevo Testamento tenían el propósito de confirmar la Verdad de la afirmación de Jesús sobre la Deidad y la Verdad del mensaje de Sus mensajeros (Juan 20:30-31; Marcos 16:19-20; Hebreos 2:34). (2) Cuando se completara la revelación del Evangelio, los dones espirituales milagrosos ya no serían necesarios y cesarían (1ª Corintios 13:8-10; Efesios 4:11-13). (3) Toda la Verdad iba a ser revelada a los apóstoles cuando Cristo enviara el Espíritu sobre ellos (Juan 16:13), por lo que la revelación estaba necesariamente completa para el momento en que murió el último apóstol (Juan) (cir. 100 d.C.). (4) Es evidente que los dones milagrosos fueron poseídos por muchos santos en el primer siglo, pero que estos dones eran impartidos y disponibles solo a través de los apóstoles es igualmente evidente (Hechos 6:6,8; 8:6, 14-19; 19:6; et al.). (5) Por lo tanto, con la muerte de Juan al final del primer siglo, la era milagrosa llegó a su fin como se ve desde una doble perspectiva: (a) La necesidad de los milagros pasó con la resurrección y exaltación de Cristo y con la finalización de la revelación. (b) Los apóstoles (el único medio de transmisión de los dones milagrosos después de la crucifixión) ya no estaban en la tierra. Así, la fuente de transmisión de los dones cesó en el mismo momento en que se satisfizo la necesidad de los mismos. Aquellos que reclaman poderes milagrosos para sí mismos o para otros hoy en día están mal informados y son desinformadores de los demás, por sinceros que sean.
  2.  Rubel Shelly, Love Lines, boletín de la Iglesia de Cristo en Woodmont Hill, Nashville, TN, 31 de octubre de 1990.

Author: Dub McClish

Leave a Reply

Your email address will not be published. Required fields are marked *