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Introducción
Quizás no haya una promesa más clara o más consistente en las Escrituras que la de que Dios está atento a las súplicas de sus hijos fieles: “Los ojos de Jehová están sobre los justos y atentos sus oídos al clamor de ellos” (Salmo 34:15). Los impíos y rebeldes no deben esperar una respuesta positiva de Aquel a quien maldicen en los buenos tiempos y a quien acuden solo en tiempos de dificultad. Sin embargo, muy a menudo, incluso el propio pueblo del Señor expresa dudas de que Dios cumpla constantemente Su promesa de responder a sus súplicas. Cuando uno dice: “Oré para que ________ se cumpliera, pero Dios no contestó mi oración”, por lo general quiere decir que Dios no le dio lo que pidió de inmediato.
Esta expresión de duda puede explicarse en parte por el hecho de que algunos no distinguen entre el “oír” y la “respuesta” de Dios. Dado que nuestro Padre Celestial es omnisciente, ciertamente “escucha” cada oración en el sentido de que está consciente de cada una (incluidas las pronunciadas por quienes no son Sus hijos y por Sus hijos infieles). Sin embargo, uno se equivoca al razonar que, puesto que Dios “escucha”, Él debe responder o responderá tal como cada peticionario (incluidos Sus fieles) espera o le pide. Ningún ser humano tiene ningún medio para obligar a Dios a hacer o no hacer nada.
Todo lo que podemos hacer es acercarnos a Él como menesterosos que sufren con nuestras súplicas, peticiones y ruegos, lo cual se nos anima a hacer: “Por nada estéis afanosos, sino sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias.” (Filipenses 4:6). Pensar que Dios está de alguna manera obligado a responder o que responderá tal como y cuando uno preconcibe, refleja ignorancia en el mejor de los casos e insensatez en el peor. Aquellos con tales expectativas buscan imponerle a Dios sus propias limitaciones: su incapacidad para saber y sopesar todos los factores que podrían estar involucrados si Él les concediera exactamente lo que pidieron cuando lo pidieron. Necesitamos ser conscientes de que Dios responde a la oración de varias maneras, dependiendo totalmente de Su insondable sabiduría y omnisciencia.
Un rápido “Sí”
Habiendo dicho todo lo anterior, Dios a veces responde rápidamente para cumplir las peticiones de Sus hijos. Incapaz de concebir, Ana oró fervientemente para poder tener un hijo y Dios aparentemente respondió con un rápido “sí” al darle a Samuel, además de otros hijos también (1º Samuel 1:10-11; 19-20; 2:21). Ana dijo: “Por este niño oraba, y Jehová me dio lo que le pedí.” (1:27).
Santiago relató la respuesta de Dios a las oraciones de Elías:
Elías era hombre sujeto a pasiones semejantes a las nuestras, y oró fervientemente para que no lloviese, y no llovió sobre la tierra por tres años y seis meses. Y otra vez oró, y el cielo dio lluvia, y la tierra produjo su fruto (5:17-18).
Muchos otros relatos demuestran que Dios, de acuerdo con su gracia y sabiduría, a veces responde rápidamente de manera positiva a las súplicas de su pueblo fiel (p. ej., Ezequías [2º Reyes 20:1–7, 11]; Daniel [Daniel 2:23]; Esdras [Esdras 8:21–23]; Zacarías [Lucas 1:13]; et al.). En épocas pasadas, Él ha respondido a algunas peticiones milagrosamente y a otras a través de una providencia no milagrosa. Si bien la era milagrosa terminó con la finalización de Su revelación, Dios aún tiene en cuenta a Sus fieles y trabaja en “tras bambalinas” para responder a nuestras súplicas de manera providencial y a veces, rápidamente. Debemos orar con plena confianza de que Sus oídos están abiertos a nuestras súplicas.
Un “no” absoluto
Dios a veces (quizás a menudo) debe responder diciendo “no” cuando los hombres oran. Tal es el caso de los injustos: “El que aparta su oído para no oír la ley, su oración también es abominable” (Proverbios 28:9). Tal es también el caso de los siervos fieles de Dios cuyas súplicas no están en armonía con Su voluntad revelada o Su propósito inmutable (1ª Juan 5:14).
Seguramente, Pablo era un hombre justo y era ferviente en Su oración que oró tres veces para que se le quitara su “aguijón en la carne” (2ª Corintios 12:8). Sin embargo, el Señor no le quitó el “aguijón,” aparentemente lo dejó para recordarle sus debilidades para que no se “exaltase desmedidamente” (vv. 7, 9). Fue por el bienestar espiritual de Pablo que Dios respondió “no” a su oración.
Dios también se negó a conceder la petición tres veces ofrecida por Su Hijo sin pecado en Getsemaní, pidiendo que se le evitara la terrible prueba del Calvario (Mateo 26:39–44). Él ofreció estos “ruegos y súplicas con gran clamor y lágrimas,” y Su Padre ciertamente lo “escuchó” (Hebreos 5:7). Sin embargo, fue necesario que el Padre respondiera “no” a las oraciones de nuestro Señor en esta ocasión porque la redención de toda la humanidad hubiera sido imposible si Él hubiera respondido de otra manera. Por lo tanto, siempre debemos seguir el ejemplo de abnegación de nuestro Señor en esas oraciones agonizantes: “Padre mío, si es posible, pase de mí esta copa; pero no sea como yo quiero, sino como tú” (Mateo 26:39, énfasis DM).
Nuestro Salvador, como Deidad misma, seguramente sabía que no había otra manera. Sin embargo, Su humanidad motivó la súplica de que Él pudiera evitar el sufrimiento y el dolor involucrados en Sus pruebas y crucifixión que se acercaban. Aquellos de nosotros que somos meros seres humanos no podemos ver las cosas que Dios puede ver. Sólo Él sabe exactamente lo que es mejor para nosotros y para todos los demás que puedan verse afectados por el cumplimiento específico de nuestra oración. Sólo Él conoce todos los factores presentes y futuros que estarían involucrados en darnos lo que pedimos. Si recibimos un “no” como respuesta a nuestras oraciones, la máxima confianza en Dios debería llevarnos a agradecerle con humildad y sumisión.
Muchos de nosotros podemos recordar momentos en los que oramos fervientemente por algo solo para luego agradecer a Dios que no nos lo haya dado. La retrospectiva a menudo le permite a uno ver cosas que antes no podía ver. Lo que pensamos que teníamos que tener en un momento, a veces se ve más tarde que podría haber traído severas tentaciones o dificultades a otros o a nosotros mismos.
“Espera un momento”
A veces podemos pensar que Dios ha respondido “no”, cuando en realidad solo ha retrasado el cumplimiento de Su respuesta. Así, a veces experimentamos un “sí” tardío a nuestras oraciones. Los israelitas clamaron a Dios por liberación de su cautiverio en Egipto durante muchas generaciones y muchos de ellos deben haber supuesto que la respuesta de Dios era “no.” Sin embargo, su respuesta fue “espera un momento.” No está en nuestro campo saber por qué su liberación se demoró, pero Aquel que hace todas las cosas bien lo consideró necesario.
Cuando llegó el momento adecuado —según el programa de Dios— Él le dijo a Moisés: “El clamor, pues, de los hijos de Israel ha venido delante de mí, y también he visto la opresión con que los egipcios los oprimen” (Éxodo 3:9). Luego envió a Moisés para que los librara (v. 10). En lugar de decir “n” a sus gritos, Dios había estado diciendo “espera un momento.”
En Apocalipsis 6 Juan vio las almas de aquellos que habían sido martirizados por su fidelidad a la Palabra de Dios. Él describió sus oraciones de la siguiente manera: “Y clamaban a gran voz, diciendo: ¿Hasta cuándo, Señor, santo y verdadero, no juzgas y vengas nuestra sangre en los que moran en la tierra?” (v. 10). Querían que Dios vengara sus muertes inmediatamente. En cambio, leemos:
Y se les dieron vestiduras blancas, y se les dijo que descansasen todavía un poco de tiempo, hasta que se completara el número de sus consiervos y sus hermanos, que también habían de ser muertos como ellos (v. 11).
Dios no rechazó su súplica, pero en efecto, dijo que aún no era el tiempo y que debían esperar un poco.
Si Dios no nos da lo que pedimos de inmediato, hay una razón, aunque en nuestras percepciones limitadas no seamos capaces de percibirlo. Tal vez necesitamos alcanzar una mayor madurez. Tal vez no sea el lugar o la circunstancia adecuada. Tal vez sea necesario que ocurran otros eventos antes de que se cumpla nuestra oración (como en el caso de los mártires citados anteriormente). Tal vez Dios está tratando de enseñarnos la paciencia. Ya sea que sepamos o no por qué estamos obligados a esperar, si el objetivo de nuestra oración es digno, no debemos cansarnos de pronunciarla al Dador de toda buena dádiva. Recordemos que debemos “orar siempre, y no desmayar” (Lucas 18:1).
“Todo depende”
A veces, Dios debe responder a nuestras oraciones con un “tal vez,” incluso cuando la oración proviene de una persona justa y está de acuerdo con Su voluntad. Él nos ha hecho a todos criaturas de libre albedrío. Entre otras cosas, esto significa que Dios nunca impondrá Su voluntad a ninguna persona. Vemos un ejemplo clásico de esta respuesta “condicional” de Dios en las seis oraciones de intercesión de Abraham por Sodoma (Génesis 18:23-32). El destino de Sodoma dependía completamente de las decisiones de los hombres de Sodoma, por lo que Dios respondió repetidamente al patriarca: “Todo depende.”
Cuando oramos por gobernantes “para que vivamos quieta y reposadamente en toda piedad y honestidad” (1ª Timoteo 2:2), el resultado de tales oraciones descansa no solo en Dios, sino también en las decisiones hechas por nuestros gobernantes. La Biblia registra muchos casos en los que el resultado de las oraciones y/o profecías es condicional (p. ej., Génesis 24:1–61; Éxodo 32:30–35; Deuteronomio 11:26–28; 1º Reyes 9:1–9; et al.). Del mismo modo, mientras que Dios “quiere que todos los hombres sean salvos” (v. 4), el resultado de la oración de uno para que cierto pecador sea salvo involucra no solo el amor de Dios por los perdidos, qué tan ferviente y frecuente es la oración, o qué tan devota puede ser la oración del que ora. Si el pecador no puede ser llevado al arrepentimiento y la obediencia, es imposible que Dios responda esa oración porque Dios no obligará a nadie a ser salvo. Por lo tanto, Dios debe responder a tal oración con “Todo depende.”
Lo mismo es cierto con respecto a toda oración que involucre el comportamiento de otros (por ejemplo, la oración de los padres para que sus hijos permanezcan fieles cuando dejen el hogar, la oración para que el aborto sea abolido, la oración para que los líderes nacionales y mundiales puedan gobernar sabiamente, et al.). Cuando oramos fervientemente por el arrepentimiento de los liberales que han hecho (y continúan haciendo) el naufragio de la fe y que están empeñados en destruir la iglesia, Dios solo puede responder: “Todo depende.” ¿Se arrepentirán estas personas? ¿Se someterán una vez más a la autoridad de Cristo a través de Su Palabra? ¿Comenzarán a enseñar la Verdad y a refutar el error, en lugar de lo contrario? Es imposible que Dios responda a cualquier oración, por Su limitación autoimpuesta, que requiere que Él anule el libre albedrío del hombre para poder hacerlo.
Conclusión
La Palabra de Dios discute varias condiciones para la oración aceptable, todas las cuales son importantes para considerar y seguir. Tal vez también nos ayude a recordar que, si bien Dios escucha todas nuestras oraciones, responde a las oraciones de su pueblo fiel de diversas maneras. Esta comprensión debería animarnos a orar más y más fervientemente: “La oración eficaz del justo puede mucho” (Santiago 5:16b).
[Nota: Este manuscrito fue escrito y publicado en “Editorial Perspective” en la edición de febrero de 2003 de THE GOSPEL JOURNAL, del cual yo era editor en ese momento.]
Atribución: Tomado de thescripturecache.com; Dub McClish, propietario y administrador.
Translator: Jaime Hernandez.