El restaurador real

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Introducción

Josías fue el decimosexto rey de Judá después de la división del Reino Unido de Israel. Es uno de los reyes de Judá más notables desde varias perspectivas:

  1. Su reinado comenzó a una edad muy temprana.
  2. Rechazó las influencias idólatras de su padre y abuelo.
  3. Llevó a cabo una purga de idolatría sin precedentes que involucró no solo a su reino,sino también el antiguo Reino del Norte.
  4. Instituyó una gran restauración de la verdadera adoración y servicio a Jehová.
  5. Su vida y reinado constituyeron el último resplandor de gloria para la nacióncondenada de Judá.Solo tres años después de su muerte, Nabucodonosor invadió Judá y llevó cautivos

a Babilonia con él, comenzando así los 70 años de cautiverio babilónico de Judá.

Antecedentes del reinado de Josías

El reinado de Josías es espectacular por sí solo, pero adquiere un brillo aún mayor cuando se le ve en el contexto de sus predecesores inmediatos en el trono. Su abuelo, Manasés, tuvo un largo reinado de cincuenta y cinco años (697-642 a. C.). Su reinado se caracterizó principalmente por su entusiasmo por la idolatría a la que su justo padre, Ezequías, se había opuesto. Tan entusiasta fue Manasés que incluso construyó altares paganos en ambas habitaciones del templo e instituyó la quema de niños como sacrificio. Sus males y errores eran tan ilimitados que él “…indujo a que hiciesen más mal que las naciones que Jehová destruyó delante de los hijos de Israel” (II Reyes 21:9).1 Como consecuencia inmediata, Dios envió a Asiria contra Judá y Manasés fue llevado encadenado a Babilonia (II Crónicas 33:1-11). Su cautiverio produjo humildad y arrepentimiento, por lo que Dios lo devolvió a su trono en Jerusalén. Hizo una reforma, quitando los altares y dioses paganos del templo y reparó el altar del Señor, sobre el cual dio ofrendas de paz y de alabanza (vv. 12-16). Sin embargo, la reforma fue superficial―”muy poca, muy tarde.” Aunque Manasés “mandó a Judá que sirviesen a

Jehová Dios de Israel,” no pudo vencer la desastrosa influencia de la primera parte de su reinado. Al parecer, no derribó los lugares altos que había construido en todo el país y la gente continuó adorando en esos santuarios paganos (vv. 16-17). Su reinado es generalmente descrito y recordado por los historiadores inspirados como uno de gran maldad, que eclipsó sus intentos de reforma.

Amón, hijo de Manasés, sucedió a su padre como rey de Judá. Él era tan malvado y su breve reinado fue tan ignominioso que sólo merece veinte versículos en toda la Biblia. El siguiente pasaje resume su malvado reinado:

De veintidós años era Amón cuando comenzó a reinar, y dos años reinó en Jerusalén. E hizo lo malo ante los ojos de Jehová, como había hecho Manasés su padre; porque ofreció sacrificios y sirvió a todos los ídolos que su padre Manasés había hecho. Pero nunca se humilló delante de Jehová, como se humilló Manasés su padre; antes bien aumentó el pecado (II Crónicas 33:21-23).

Es evidente que siguió con entusiasmo el innoble ejemplo de Manasés en la codicia de los ídolos. Fue una bendición para la nación que muriera a manos de sus propios siervos después de un reinado de solo dos años (642-640 a. C.) (v. 24). “Entonces el pueblo de la tierra mató a todos los que habían conspirado contra el rey Amón; y puso el pueblo de la tierra por rey en su lugar a Josías su hijo” (II Reyes 21:24). El reinado de Josías comenzó así en la vorágine de la lucha civil y la apostasía religiosa.

Dos profetas fieles fueron contemporáneos de este rey justo. El libro de Sofonías comienza diciendo: “Palabra de Jehová que vino a Sofonías…en días de Josías hijo de Amón, rey de Judá” (Sofonías 1:1). Mucho más prominente fue Jeremías, cuya obra profética comenzó en el año trece del reinado de Josías (Jeremías 1:2). Este habría sido el año después de que Josías comenzara su obra de restauración. Este gran profeta compuso una lamentación para el buen rey después de su muerte (II Crónicas 35:25). Sin duda, ambos profetas estaban muy complacidos con los esfuerzos de su rey, pero Jeremías a menudo notó que incluso todo lo que Josías pudiera hacer sería insuficiente para hacer retroceder la ira de Dios sobre Judá (Jeremías 15:13-14; 16:10–13; 17:1–4; et al.).

La vida y los tiempos de Josías

Los primeros años (II Crónicas 34:1-7)

A la tierna edad de ocho años, Josías fue entronizado sobre Judá en Jerusalén. A la

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edad de dieciséis años (“siendo aún muchacho,” v. 3) dio evidencia de la piedad inquebrantable y audaz por la cual su nombre está consagrado para siempre como uno de los reyes más venerados del pueblo de Dios. Incluso cuando era un rey adolescente, fue relacionado con David en su celo por Dios por el escritor inspirado (v. 3).

En el año duodécimo de su reinado (20 años de edad) comenzó sus esfuerzos iniciales para limpiar la tierra de la idolatría.2 La gran extensión de la conversión al paganismo en Judá e Israel se puede entender a partir de las descripciones de la purga que efectuó Josías. Comenzó por destruir los lugares altos, las imágenes de Asera y las esculturas e imágenes fundidas en la misma Jerusalén. Desde allí, su iconoclasia se movió por todo Judá, derribando altares e imágenes de Asera, a los baales y los cuerpos celestes, así como a todos los demás ídolos fundidos y tallados. Incluso llegó a quemar los huesos de los sacerdotes idólatras en sus propios altares. No contento con acabar con las abominaciones de la religión pagana en Judá, viajó al antiguo territorio del Reino del Norte para hacer lo mismo.3

El templo reparado y la ley descubierta (II Reyes 22:3-20; II Crónicas 34:8-28)

Como parte de su trabajo de restaurar la religión verdadera en Judá, Josías ordenó la restauración del Templo. Debe haber estado en un terrible estado, ya que no hay registro de que se haya realizado ningún trabajo de este tipo desde el ordenado por Joás dos siglos antes (II Reyes 12:4-5). Aparentemente, el único trabajo realizado en el edificio había sido el de levantar imágenes y altares a deidades paganas por Manasés, luego removerlos y reparar el altar del Señor después de su arrepentimiento (II Crónicas 33:3- 5; 11–16). Sin embargo, parece que su infame hijo, Amón, había reinstalado estas abominaciones en el Templo porque una vez más tuvieron que ser removidas por Josías.

Si bien la obra de restauración del templo se sitúa en el año dieciocho de su reinado, es evidente que los preparativos para esta obra se habían realizado durante un tiempo considerable. Los levitas habían reunido dinero “de mano de Manasés y Efraín, y de todo el remanente de Israel, de todo Judá y Benjamín” para el proyecto de reconstrucción (II Crónicas 34:8–9). Evidentemente, tal recopilación requirió un extenso viaje, que, a su vez, requirió mucho tiempo. Probablemente, los historiadores inspirados se fijaron en el año

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dieciocho debido al hecho de que fue en ese año cuando se descubrió el “libro de la ley de Jehová dada por medio de Moisés,” un asunto de gran importancia, en el curso de la obra de reparación (II Crónicas 34:8-14; cf. II Reyes 22:3-8).4

El descubrimiento de esos pergaminos antiguos en el templo fue emocionante y desalentador para Josías. Hilcías, el sumo sacerdote, anunció el hallazgo a Safán, el escriba, y lo entregó en sus manos para que lo leyera (II Reyes 22:8). Safán luego leyó el libro ante el joven rey, que estaba tan aterrorizado por los juicios de Dios sobre la apostasía que rasgó sus ropas. Rápidamente delegó a Hilcías, a Safán y otros servidores de confianza para certificar que esta era en verdad la ley fiel de Dios. Esto lo hicieron consultando a Hulda, la profetisa, que residía en Jerusalén. Ella confirmó que las maldiciones del libro vendrían sobre Judá, pero, debido a la humilde fidelidad de Josías, Dios no las haría realidad durante su vida.

La gran restauración (II Reyes 23:1-25; II Crónicas 34:29-35:19)

Tras la certificación del libro recién descubierto en el templo, Josías tomó medidas de inmediato. Lo primero que hizo fue reunir una gran congregación de sus ciudadanos en Jerusalén (“todo el pueblo, desde el mayor hasta el más pequeño,” II Crónicas 34:30) y leerles las palabras del libro. Después de la lectura, se comprometió a guardar los mandamientos del Señor:

Y estando el rey en pie en su sitio, hizo delante de Jehová pacto de caminar en pos de Jehová y de guardar sus mandamientos, sus testimonios y sus estatutos, con todo su corazón y con toda su alma, poniendo por obra las palabras del pacto que estaban escritas en aquel libro (II Crónicas 34:31).

Después de esta promesa, Josías hizo que toda la asamblea se pusiera de pie como una señal de que se habían unido a él en su compromiso con el pacto de Dios.

El descubrimiento y la certificación de la ley, seguidos del solemne compromiso de cumplirla, llevaron a Josías a intensificar sus esfuerzos de restauración. Esto se inició en el templo mismo. Todas las pertenencias restantes de la idolatría que quedaron en el Templo y en Jerusalén fueron sacadas y quemadas en el arroyo Kidrón, al este de la ciudad. Tan corrupto se había vuelto Judá que se practicaban inmoralidades graves como parte de los ritos del Templo. Todos estos fueron barridos por Josías (II Reyes 23:4-14).

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Una de las partes más interesantes de la campaña de restauración de Josías fue su trabajo de demolición en Betel en Israel. Fue aquí donde el malvado Jeroboam había establecido uno de sus becerros de oro en el establecimiento del reino secesionista del norte unos tres siglos antes (I Reyes 12:26-29). Esto fue para evitar que el pueblo fuera a Jerusalén a adorar y tal vez fuera cortejada de regreso a Judá y Roboam. Josías desenterró los huesos de los sacerdotes idólatras los cuales quemó en su altar. Allí terminó su trabajo derribando el último vestigio de esta abominación, quemándolo y moliéndolo hasta convertirlo en polvo (II Reyes 23:15). Todo esto se hizo “…conforme a la palabra de Jehová que había profetizado el varón de Dios, el cual había anunciado esto” (v. 16). Esta declaración se refiere al profeta de Judá que clamó contra Jeroboam y su altar pagano en Betel (I Reyes 13:3). Su profecía fue especialmente notable en los siguientes aspectos: (1) Especificó que los huesos de los falsos sacerdotes serían quemados sobre su propio altar (que es exactamente lo que hizo Josías). (2) Llamó a Josías por su nombre como el hijo de David que haría esto. (3) Se habló trescientos años antes de que ocurriera. Por tanto, ningún hombre puede ver el futuro como si fuera el presente. Solo Dios tiene tal capacidad tan incomprensible. Josías siguió este mismo curso de destrucción por todo el antiguo Israel y luego regresó a Jerusalén (II Crónicas 34:33).

La siguiente etapa del movimiento para restaurar la religión verdadera entre el pueblo de Dios fue la celebración de la Pascua. De las descripciones dadas, inferimos que la Pascua se había descuidado por completo durante mucho tiempo, como era de esperar en medio de un pueblo entregado por completo a la idolatría. El historiador de II Reyes dedica solo dos versículos a la celebración de la fiesta sagrada, concluyendo: “No había sido hecha tal pascua desde los tiempos en que los jueces gobernaban a Israel, ni en todos los tiempos de los reyes de Israel y de los reyes de Judá” (II Reyes 23:22). Sin embargo, II Crónicas elabora la fiesta en unos diecinueve versículos (35:1-19). Una nota interesante sobre esta gran Pascua es que involucró a “todo Judá e Israel” (v. 18). Esto indica que los descendientes de aquellos rezagados en el Reino del Norte que habían sido abandonados por los asirios más de un siglo antes se sentían identificados con Judá.

El triste final de Josías (II Reyes 23:29-30; II Crónicas 35:20-27)

Como en el caso de la gran Pascua del año dieciocho de reinado de Josías, el relato

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de la muerte de Josías en II Reyes es mucho más breve que en II Crónicas. Necao, el faraón de Egipto, dirigió a su ejército para atacar a Carquemis en el Éufrates, pasando por Judá e Israel en el camino. Ya sea por lealtad a Asiria, por la determinación de evitar la violación de sus fronteras nacionales o por algún otro motivo, Josías sintió que era su deber confrontar al monarca egipcio. Lo hizo en Meguido, a pesar del intento de Necao de persuadirlo de que no se entrometiera en una misión que no estaba dirigida contra Judá. Lamentablemente, Josías continuó su ataque y perdió la vida en la batalla. Fue llevado de regreso a Jerusalén y sepultado en las tumbas de los reyes con gran lamento: “Y todo Judá y Jerusalén hicieron duelo por Josías” (II Crónicas 35:24b). El lamento fue tan grande que Jeremías, el “profeta llorón,” compuso un lamento especial para Josías y los cantantes lo conmemoraban en sus canciones mucho después de su muerte.

Con la muerte del justo Josías, expiró el último suspiro de vida en la nación de Judá. Cuando su glorioso reinado llegó a su fin, había llegado el momento de que sucedieran las terribles maldiciones del “libro de la ley” que Hilcías descubrió en el templo. Pasarían solo tres años antes de que Nabucodonosor entrara en Judá y comenzara a llevar a sus ciudadanos al exilio babilónico que no terminaría en 70 años. Qué luz tan brillante fue el rey Josías de Judá en una historia por lo demás oscura y lúgubre de una nación que podría haber tenido las mejores bendiciones del Dios del Cielo.

Lecciones que podemos aprender

Josías fue un rey único en Judá. Su memoria es bendita en las Sagradas Escrituras. Fue ejemplar en muchas virtudes y, en consecuencia, su vida nos depara importantes lecciones a los que vivimos unos veintiséis siglos después de él.

Los jóvenes pueden ejercer una influencia poderosa para el bien

Josías tenía solo ocho años cuando se convirtió en rey de Judá. Ocho años después, con solo 16 años de edad, los observadores no tenían ninguna duda sobre la dirección que tomaría su vida: “A los ocho años de su reinado, siendo aún muchacho, comenzó a buscar al Dios de David su padre…” (II Crónicas 34:3). Tenía sólo veinte años cuando comenzó su ataque a la idolatría. A la edad de veintiséis años (el decimoctavo año de su reinado) había terminado su obra de librar a Judá e Israel de la idolatría y restaurar la

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verdadera adoración de Dios (II Crónicas 34:33; 35:18-19). Su poderosa influencia para el bien en su juventud es incalculable.

Necesitamos exponer a los niños a una edad temprana la idea de que pueden y deben ejercer una poderosa influencia para el bien. Timoteo, a quien desde niño se le había enseñado la Palabra de Dios y la había seguido de buena gana (II Timoteo 3:15), es un ejemplo notable del funcionamiento de este principio. Algunos estiman que solo tenía quince años cuando se convirtió en el compañero de Pablo y Silas en sus aventuras evangélicas (Hechos 16:1–2). Todavía era un “joven” cuando Pablo se dirigió a él en su primera carta (I Timoteo 4:12), sin embargo, ya había alcanzado una influencia notable entre las congregaciones y Pablo lo valoraba tanto que lo dejó en Éfeso para resistir los esfuerzos de falsos maestros allí (1:1-3).

Los jóvenes deben comprender que la “presión de grupo” puede funcionar en ambos sentidos: tanto para el bien como para el mal. Los que son mayores necesitan ayudarlos a ver la poderosa influencia para el bien que pueden tener sobre los demás si ponen su corazón en servir a Dios. Tienen la capacidad de ejercer sobre sus amigos y compañeros de clase una sana “presión de grupo.” Aprendamos de Josías que un joven recto puede influir poderosamente en los demás.

No tenemos que emular a nuestros malvados predecesores

Josías tenía una herencia de gran maldad espiritual y cobardía de su abuelo, Manasés, y de su padre, Amón. El primero había sido tan malvado que Dios permitió que se lo llevaran a Asiria como atado como esclavo. Fue tan entusiasta en su devoción por los dioses cananeos que incluso superó a los mismos cananeos (II Crónicas 33:9). A pesar de que trató de deshacer algunos de sus males en la última parte de su vida, no pudo vencer el mal que ya había implantado en el pueblo. Amón no tenía cualidades positivas. Buscó todas las deidades paganas que su padre había rechazado en la última parte de su vida. Uno esperaría que el hijo de Amón siguiera el curso de su padre, pero lo rechazó por completo.

Muchos culpan de su comportamiento malvado o erróneo a sus familias o su entorno sociológico mientras crecen. Si algún niño tuvo la excusa para vivir una vida

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contraria a la Palabra de Dios debido a la influencia de su padre, era Josías. Si bien Dios no quiere que los hijos crezcan bajo madres y padres malvados, Josías demuestra que uno puede hacer lo correcto a pesar de esta grave desventaja. Sin discusión, es más difícil para alguien criado en un entorno impío resistir o vencer eso, pero nuevamente, Josías demuestra que se puede hacer.

Esto también se aplica a aquellos cuyos padres los han criado y educado en el error religioso. De hecho, esto se relaciona especialmente con Josías, porque fue principalmente por su corrupción religiosa que tanto su abuelo como su padre eran recordados. No es raro ayudar a alguien a llegar al conocimiento de la Verdad, solo para escucharlo decir: “Mi madre y mi padre fueron miembros de la Iglesia __________, y les faltaría el respeto y los condenaría al obedecer el Evangelio.” Estamos agradecidos de que Josías no razonara así sobre la religión de sus padres.

Una táctica favorita de los sociólogos del presente es excusar todo, desde el caos hasta el asesinato y desde el robo hasta la violación debido al “entorno” del criminal. Según esos teóricos, si alguien ha tenido una desventaja económica, ha vivido en un barrio pobre, es parte de una raza minoritaria o fue maltratado cuando era niño, entonces su comportamiento delictivo es excusable. De hecho, se nos dice, que otros (“la sociedad”), más que el criminal, son responsables de su conducta atroz. Toda esa ideología liberal ignora convenientemente el hecho de que millones de ciudadanos decentes, trabajadores y prósperos provenían de entornos terribles. Del mismo modo, miles de santos crecieron en entornos hogareños terriblemente malvados y/o en entornos de error religioso, pero los han superado para convertirse en fieles siervos de Cristo, incluidos numerosos predicadores fieles del Evangelio y ancianos y sus esposas. Aquel que se niega a hacer lo correcto debido a la lealtad familiar o el entorno de la infancia, simplemente no está dispuesto a aceptar la responsabilidad de sus propias decisiones y de su vida. Josías prueba que uno puede provenir de un entorno que no es propicio para la justicia en absoluto y aún así ser lo que Dios quiere que sea.

La ley de Dios sola es la autoridad en la religión

Cuando Safán, el escriba, le leyó a Josías la ley de Dios que Hilcías había

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descubierto en el templo, sintió temor (II Crónicas 34:19). Sabía que lo que estaba escrito en este libro no había sido respetado como autorizado por muchos de los reyes anteriores a él (v. 21). También sabía que la ley de Dios no se estaba cumpliendo entonces entre su pueblo. Sabía que solo por ella podía saber lo que agradaba a Dios. Sabía que el pueblo estaba practicando lo que no autorizaba (por ejemplo, la idolatría) y estaban descuidando lo que sí autorizaba y demandaba (por ejemplo, guardar la Pascua). Una vez que se confirmó que el libro era en verdad la ley de Dios y que lo que prometía y amenazaba se cumpliría, Josías demostró una obediencia incuestionable.

Esto es lo que nuestro mundo necesita aprender con tanta desesperación. Las ideas y palabras de los hombres en la religión no tienen autoridad. Los que practican su religión por doctrinas humanas lo hacen en vano (Mateo 15:9). Los que están fuera del cuerpo de Cristo que afirman creer en Cristo están desesperadamente divididos porque no están dispuestos a aceptar la Palabra de Cristo como su única autoridad en la religión, o si la aceptan como tal, la manejan incorrectamente y “[la] tuercen. … para su propia perdición” (II Tim. 2:15; II Pedro 3:16). Los mismos factores son también la causa principal de las divisiones entre hermanos.

Muchos hermanos necesitan aprender de nuevo la autoridad exclusiva de la Palabra de Dios, si es que alguna vez la aprendieron. La ley de Cristo es la única autoridad en religión, y pecamos cuando practicamos lo que no está autorizado por ella. Nuestros antepasados en la Fe en el siglo XIX entendieron esta verdad y al aplicarla ellos mismos escaparon y ayudaron a miles de personas a escapar del laberinto de la religión falsa. Si no tenemos autoridad bíblica para lo que hacemos en la adoración, para nuestro comportamiento diario, para nuestros intentos de reunir una multitud de personas en el edificio, para lo que enseñamos y para todo lo demás que decimos y hacemos, entonces es mejor que no lo digamos ni lo hagamos: “Y todo lo que hacéis, sea de palabra o de hecho, hacedlo todo en el nombre del Señor Jesús, dando gracias a Dios Padre por medio de él” (Colosense 3:17).

Cuando la religión verdadera ha sido corrompida, debe ser restaurada

Josías fue lo suficientemente sabio para percibir este hecho. En consecuencia,

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emprendió un decidido proceder para destruir la idolatría y restaurar la verdadera adoración de Jehová. El que exista un Dios vivo y verdadero exige la conclusión de que hay una religión verdadera autorizada por Él. (Aunque muchos a través de los siglos que han reconocido al Dios del cielo han sido pluralistas en su religión [p. Ej., Aarón y el becerro de oro, Éxodo 32: 4-8], todos ellos han sido completamente inconsistentes.) Las corrupciones de la religión en los días de Josías clamaban por la restauración de la religión verdadera. A Josías se le había enseñado lo suficiente sobre la ley de Moisés y la historia del pueblo de Dios, incluso antes del descubrimiento del libro de la ley en el templo, que sabía que no podía ser fiel a Dios sin comenzar una cruzada para restaurar la religión verdadera (II Crónicas 34:3ss). El descubrimiento del libro en el Templo animó aún más su celo a este respecto (II Reyes 23:1ss). Aquel que cree en Dios y llega al conocimiento de la Verdad no puede pensar o actuar de otra manera y ser lógica o bíblicamente consistente.

Cuando uno mira la multitud de religiones paganas con miles de millones de devotos y luego mira los miles de grupos religiosos que son formas aberrantes del “cristianismo,” no puede estar contento si ama a Dios y Su Palabra. La actitud de gran parte del mundo que afirma creer en el Dios de la Biblia es que el hindú, musulmán o budista sincero probablemente no corre peligro de perderse. Aún más extendida es la opinión de que si uno cree en Cristo en cualquier grado, puede creer cualquier otra cosa que elija y puede practicar lo que le agrada en religión.

El inicio de cada movimiento para restaurar la religión verdadera ha sido la convicción de que el único Dios tiene una sola religión. Esta enseñanza fue la base misma del sistema mosaico.

Yo soy Jehová tu Dios, que te saqué de la tierra de Egipto, de casa de servidumbre. No tendrás dioses ajenos delante de mí. No te harás imagen, ni ninguna semejanza de lo que esté arriba en el cielo, ni abajo en la tierra, ni en las aguas debajo de la tierra. No te inclinarás a ellas, ni las honrarás; porque yo soy Jehová tu Dios, fuerte, celoso, que visito la maldad de los padres sobre los hijos hasta la tercera y cuarta generación de los que me aborrecen, y hago misericordia a millares, a los que me aman y guardan mis mandamientos. No tomarás el nombre de Jehová tu Dios en vano; porque no dará por inocente Jehová al que tomare su nombre en vano (Éxodo 20:2-7).

Este principio no es menos cierto para la religión de Dios a través de Su Hijo.

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Aunque Su iglesia aún no se había establecido en el momento en que dio la siguiente enseñanza, la habló con respecto a Su reino venidero: “Mas la hora viene, y ahora es, cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad; porque también el Padre tales adoradores busca que le adoren. Dios es Espíritu; y los que le adoran, en espíritu y en verdad es necesario que adoren” (Juan 4:23-24). En pocas palabras, Dios ha ordenado al hombre que lo adore en la actitud y por las avenidas que le agradan, y el hombre está obligado a honrar así la voluntad de Dios. Note que Jesús dijo claramente que Dios busca “verdaderos adoradores”, es decir, aquellos que lo adorarán como Él lo ha ordenado.

Dios no puede estar complacido con la mera forma y el ritual (Mateo 6:1-7) ni con las prácticas autorizadas humanamente (15:9). La religión que no se basa en la Verdad es inaceptable, independientemente de la sinceridad del devoto (Hechos 10:1–6; Romanos 10:2–3). Así como hay “un Dios,” también hay “una fe” (es decir, “la fe,” refiriéndose a todo el cuerpo de la Verdad del Evangelio y la religión basada en ella [Hechos 6:7; Efesios 4:13; I Timoteo 4:1; Judas 3; et al.]) (Efesios 4:5-6).

Este principio incontrovertible llevó a nuestros antepasados espirituales de hace dos siglos a hacer sonar el toque del clarín a sus amigos, vecinos y parientes para salir de sus sectas corruptas hacia las sendas antiguas de la Verdad y la rectitud en una gran restauración de la religión verdadera. Es trágico que muchos hermanos en la actualidad sean malévolos con tal apelación. Estos se han unido a las filas de aquellos que consideran que la iglesia de nuestro Señor es simplemente otra denominación aceptable (aunque bastante lamentable) en su visión pluralista de la religión. Están liderando audazmente una campaña de contrarrestauración destinada a imitar todas las trampas de la pseudo- religión de las que el principio de restauración ha ayudado a millones a escapar.

Casi tan destructivos para la religión verdadera como estos, son los que han “metido su cabeza en la arena” en su postura de negar la digresión que está desenfrenada en la iglesia. A ellos no se les puede enseñar nada lo suficientemente blasfemo como para ganarse la identificación y/o exposición como falso maestro. Cualesquiera que sean los errores que puedan oír predicados o ver practicados, ellos, como los famosos tres monos, están decididos a “no ver el mal, no oír el mal y no hablar mal.” Si bien es admirable en

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circunstancias ordinarias, cuando se cometen transgresiones, estos rasgos se vuelven pecaminosos. Algunos hermanos están cometiendo los delitos de violación y asesinato contra la esposa de Cristo, encender fuego en la casa de Dios y sedición contra el reino y el gobierno de Cristo Rey. Son lobos que se aprovechan del rebaño (Hechos 20:29). Con sus doctrinas y prácticas liberales y heréticas, están haciendo cosas a la iglesia de Cristo que no podrían haber sido hechas por ataques externos. Así como la campaña de restauración de Josías se llevó a cabo entre el pueblo de Dios, debemos darnos cuenta de que, debido a las graves invasiones del error, ahora se requiere una campaña similar entre los santos para salvar a tantos como sea posible. No cedamos nunca en nuestro clamor por la religión verdadera, tanto entre los que están dentro como fuera del reino.

Dios es un Dios de patrón

Josías entendió esta verdad señalada; de lo contrario, la adoración falsa habría sido aceptable y no habría sido necesario restaurar la Pascua. El medio por el cual Josías supo cómo restaurar la religión verdadera en Judá e Israel fue consultando el modelo: la Palabra revelada de Dios. Desde que Dios comenzó a hacer que Sus profetas inspirados escribieran Su voluntad en un libro para su preservación, Su patrón siempre ha residido en Su libro, como lo hizo en los días de Josías. Esta obra de restauración podría haber sido realizada por cualquiera de los reyes antes que él consultando y siguiendo el libro de Dios, pero la mayoría de ellos se preocupaba poco por Dios, si es que lo habían hecho. De hecho, se preocuparon tan poco por Dios y Su religión que dejaron que una parte significativa del patrón se perdiera entre los escombros del Templo corrupto.

Dios siempre ha sido un Dios de un modelo. Negar eso es negar una de las verdades más claras de la Biblia. Él era un Dios de patrón en el Huerto del Edén cuando prohibió a Adán y Eva comer del fruto de un árbol (Génesis 2:16-17). Tenía un modelo para Caín y Abel, que Abel observó y Caín rechazó en sus respectivas ofrendas (Génesis 4:1-5; Hebreos 11:4). Tenía un modelo detallado para Noé con respecto al arca (Génesis 6:14-16). Como ya se señaló, también tenía un modelo para su religión bajo Moisés. Esto se ve en el meticuloso plano del Tabernáculo y todos sus accesorios, acerca de lo cual le dijo a Moisés: “Mira y hazlos conforme al modelo que te ha sido mostrado en el monte” (Éxodo 25:40).

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Esta misma declaración es citada por el escritor de Hebreos y aplicada al “mejor ministerio, …mejor pacto, …mejores promesas” de Cristo (Hebreos 8:5-6). No nos atrevamos a perder el argumento de este pasaje. El escritor estaba razonando de menor a mayor: si Dios estaba tan preocupado por la institución menor que giraba alrededor del Tabernáculo que instruiría a Moisés para que se adhiriera a cada detalle del modelo Divino para ello, cuánto más exigirá que los hombres se apeguen a cada detalle de la institución mayor, la iglesia de Cristo.

¿Cómo se atreven los hombres a decir que no existe un modelo para la iglesia o para la religión de Cristo en ningún aspecto? La sola idea de que Dios fuera tan cuidadoso con una institución menor que exigía una cuidadosa adhesión a Sus instrucciones para ella, pero que cuando se tratara de Su institución más grande y perfecta, Él se encogería de hombros y diría: “Edifíquenla de la manera que quieran,” es más que absurdo y ridículo. No obstante, tanto el catolicismo romano como el protestantismo han enseñado este error durante siglos. En los últimos años hemos comenzado a escuchar a algunos hermanos “progresistas” ridiculizar la “mentalidad de patrón” como si fuera una especie de enfermedad terrible. Los hombres pueden negar que Dios tiene un modelo para Su iglesia (es decir, su adoración, su organización, sus términos de ingreso, su naturaleza, su trabajo, su destino) todo lo que quieran, pero deben negar lo que las Escrituras enseñan para hacerlo.

Así como el modelo de la religión verdadera estaba en el libro de Dios en la época de Josías, así es hoy. La Palabra de Dios es la semilla del reino (Lucas 8:11). Mientras permanezca la semilla pura del Evangelio, la verdadera iglesia de Cristo puede existir. Como cualquier otra semilla, el Evangelio produce solo según su especie (Gálatas 6:7). Cuando los hombres creen y obedecen, sólo produce cristianos, que constituyen únicamente la iglesia de Cristo. Si la iglesia apostatara totalmente de modo que durante doscientos años no se pudiera encontrar un verdadero cristiano, mientras exista el Evangelio, simplemente siguiendo su enseñanza, la iglesia podría ser restaurada en cualquier momento. Dios es un Dios de modelo y Su modelo está en Su Palabra.

La restauración implica derribar la religión falsa

Josías entendió que la verdadera religión de Dios no se podía restaurar sin derribar las prácticas religiosas falsas que habían surgido entre su pueblo. Dado que las prácticas fueron el resultado de la enseñanza religiosa, por implicación entendemos que él también

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se opuso a la falsa enseñanza detrás de esas prácticas. Por tanto, su primera obra de restauración fue un ataque a las religiones falsas (II Crónicas 34:3ss).

Los restauradores de principios del siglo XIX siguieron este mismo procedimiento necesario. La primera publicación mensual de Alexander Campbell, The Christian Baptist, iniciada en 1835, fue fuertemente destructora. Él y otros que estaban haciendo sonar el llamamiento para restaurar la religión del Nuevo Testamento sabían que los errores, las innovaciones y las tradiciones humanas que se habían combinado para corromper lo que se llamaba “cristianismo” en aquellos días debían ser eliminados para que la restauración de la verdadera doctrina y práctica fueran cumplidas.

Este proceso sigue siendo necesario. Los hombres no apreciarán ni podrán apreciar la Verdad hasta que se sientan insatisfechos con sus errores. El aire que muchos hermanos respiran hoy en día está tan lleno de pseudo-tolerancia que pocos quieren escuchar una predicación que exponga o identifique errores. No me refiero solo a los errores entre hermanos y su necesidad de corrección; Estos mismos hermanos aprensivos ni siquiera quieren que ponga en evidencia ningún error sectario o denominacional, incluso si se hace de la manera más amable. Su melodía es: “Simplemente predica el Evangelio y deja a todos en paz.” Con este dicho, esperan silenciar cualquier palabra del púlpito, el aula o la página que pueda resultar en lo más mínimo ofensiva para el alma más sensible. “¡Podemos correr a alguien!” “¡Podríamos perder algunos miembros y algo de dinero!”

Una de las objeciones más serias que algunos de nuestros hermanos “sofisticados” tienen a la exposición de cualquier error es que es “negativo” e insisten en escuchar solo cosas “positivas.” Es digno de mención que Jeremías, el profeta mayor durante el reinado de Josías, fue comisionado por Dios para hacer exactamente lo que su rey ya había comenzado: “Mira que te he puesto en este día sobre naciones y sobre reinos, para arrancar y para destruir, para arruinar y para derribar, para edificar y para plantar” (Jeremías 1:10). Vea que el profeta debía ocuparse primero en arrancar y derribar antes de poder hacer la obra de edificar y plantar.

Pablo le dio a Timoteo un encargo similar: “Que prediques la palabra; que instes a tiempo y fuera de tiempo; redarguye, reprende, exhorta con toda paciencia y doctrina”

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(II Timoteo 4:2). Estas no son meras sugerencias amables. El primero es el mandato de Dios a Su profeta y el segundo es el mandato enérgico del apóstol inspirado de Dios. En ambos pasajes, el lector imparcial no sólo observa que debe hacerse el trabajo “negativo” de exponer y desarraigar el error, sino que se le da la primera posición. También se debe observar que el número de órdenes para hacer el trabajo “negativo” en estos versículos es el doble de los que se refieren al “positivo” (cuatro a dos en el primero, dos a uno en el segundo).

Por su propia naturaleza, el Evangelio contiene elementos tanto “negativos” como “positivos.” Cada pasaje que alienta la fe en Cristo y la obediencia a su Palabra condena implícitamente la incredulidad y la desobediencia. Cada Escritura que nos insta a la pureza de vida al mismo tiempo prohíbe la impureza de la vida. Incluso si el Evangelio no tuviera una sola condena o proscripción explícita, cada una de sus enseñanzas “positivas” implicaría necesariamente su opuesto “negativo.” Sin embargo, no tenemos que basar el caso en la implicación, por más confiable que sea. Solo un ignorante de las Escrituras o un mentiroso se atrevería a negar que hay cientos de declaraciones restrictivas, prohibidas y condenatorias en el Nuevo Testamento, todas las cuales son “negativas.” La verdad es que no se puede predicar todo el Evangelio sin predicar tanto “negativamente” como “positivamente.”

Así como un mensaje “solo negativo” no es fiel a la Verdad del Evangelio, tampoco lo es uno “solo positivo.” No nos atrevamos a tener miedo de resistir al pecado y el error dondequiera que se encuentre. Sólo cuando se le haga ver su error podrá responder a la Verdad. Si se quiere restaurar y mantener la religión verdadera, la religión falsa debe ser confrontada continuamente.

La restauración implica establecer positivamente la religión verdadera en su lugar

Después de que Josías pasó seis años exterminando la idolatría de Judá e Israel, leyó al pueblo el libro de la ley recién descubierto y se comprometió públicamente con Dios a guardar sus “mandamientos, sus testimonios y sus estatutos, con todo su corazón y con toda su alma…” (II Crónicas 34:3; 30-31). Luego reinstituyó la Pascua (35:19). Este es el orden de cosas necesario para restaurar cualquier cosa: elimine los elementos

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corruptos y luego establezca el orden original.

La naturaleza desprecia el vacío y siempre busca llenar un vacío. Se habría logrado poco, si Josías simplemente hubiera expulsado la idolatría del pueblo de Dios y no hubiera vuelto a introducir la adoración verdadera entre ellos. Pronto habrían retomado sus viejos errores, quizás agravándolos con otros nuevos (Mateo 12:43–45). La verdadera enseñanza y adoración debían establecerse para llenar el vacío de lo antiguo que había sido despojado. Lo mismo sucedió con los primeros restauradores. No se detuvieron con su trabajo de demoler el error, ni fue éste un fin en sí mismo. Su objetivo final era el establecimiento del cristianismo primitivo en su pureza para reemplazar los errores que eran expuestos.

Como los que nos precedieron, no solo debemos hacer todo lo posible para corregir las corrupciones del error, sino también para establecer el cristianismo del Nuevo Testamento para que los hombres puedan ver la belleza y la sencillez de este. Necesitan ver la naturaleza distintiva, no denominacional y no sectaria de la iglesia. Necesitan comprender el trabajo de la iglesia. Necesitan ver qué constituye una adoración cristiana aceptable. Necesitan ver el sencillo plan de salvación. Necesitan ver (tanto en nuestra doctrina como en nuestra práctica) la voluntad del Señor para la pureza de la vida diaria en Sus hijos.

Muchos en el reino ahora están cansados y avergonzados de las cosas antes mencionadas. Quieren que estos asuntos “doctrinales” se mantengan al mínimo, o mejor, que se ignoren por completo. Ellos afirman, estos podrían haber sido apropiados para tiempos más primitivos y para la atrasada gente del campo, pero no son apropiados para los modernos. Optan más bien por escuchar trivialidades tranquilizadoras sobre temas benignos que satisfagan los egos obesos y que reemplazan la culpa, debidamente sentida, con un respaldo total a sí mismos. Quieren un mensaje que reemplace la ley de Cristo con una “gracia” pervertida y deje la impresión de que los que están en el error son tan aprobados por Dios como los que están en la Verdad.

Hagámoslo siempre con amor por las almas de los que nos escuchan, pero seamos siempre fiel y plenamente “asidos de la palabra de vida” (Filipenses 2:16).

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Toda generación tiene la obligación de mantener lo restaurado

Mientras Josías estuvo en el trono, el pueblo honró su movimiento de restauración:

Y quitó Josías todas las abominaciones de toda la tierra de los hijos de Israel, e hizo que todos los que se hallaban en Israel sirviesen a Jehová su Dios. No se apartaron de en pos de Jehová el Dios de sus padres, todo el tiempo que él vivió (II Crónicas 34:33).

Nos entristece leer que su restauración de la verdadera religión murió con él. Su hijo, Joacaz, fue coronado para sucederlo: “Y él hizo lo malo ante los ojos de Jehová, conforme a todas las cosas que sus padres habían hecho” (II Reyes 23:32). Se da la misma descripción del reinado vil de Joacim, que sucedió a Joacaz (v. 37), y de Joaquín, que sucedió a Joacim (24:9). Josías entendió su obligación de ser fiel a Dios en su generación, pero sus hijos no sintieron tal obligación y volvieron a los males de sus antepasados anteriores.

El registro anterior ilustra bien el hecho de que el pueblo de Dios en cualquier época siempre está a solo una generación de la apostasía. Cuando una generación decide que ha “dejado atrás” el Evangelio y su obligación de ser fiel a Dios, todos los esfuerzos de sacrificio de las generaciones anteriores se ven frustrados. Difícilmente se puede imaginar una tragedia mayor e innecesaria. Lo vemos en muchos del pueblo de Dios hoy en día. Algunos de la generación anterior ahora luchan contra la Verdad que una vez proclamaron y vivieron con valentía y habilidad. Muchos de la generación más joven no saben el precio que han pagado tantos durante los últimos doscientos años para restaurar la iglesia del Nuevo Testamento, o sabiendo no les importa. Ven con regocijo cómo congregación tras congregación se adentran perceptiblemente en el estancado pozo negro del denominacionalismo, y algunos empujan y empujan con todas sus fuerzas para acelerar el proceso.

Qué pesada carga de culpa deben llevar hasta el Juicio si no se arrepienten. No solo están negando su obligación de mantener la religión restaurada de Cristo, sino que están trabajando como termitas para corromperla. Dios difícilmente puede estar más complacido con tales santos hoy de lo que lo estaba con la mayoría de los reyes apóstatas de Judá (e Israel) y aquellos que siguieron su liderazgo inicuo. Que los padres y abuelos piadosos hagan todo lo posible para inculcar en su posteridad el sentimiento de

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obligación de amar, promover y defender la Verdad de Dios con sus propias vidas y transmitirla a sus hijos. Solo cuando cada generación sienta la obligación de ser fiel a la Verdad puesta en sus manos, podrá mantenerse la iglesia restaurada sin interrupción de la corrupción.

Conclusión

Cuando la religión se ha corrompido, la historia nos enseña que no se puede reformar. Varios de los reyes judaicos anteriores a Josías habían hecho varias reformas en la religión, cambiando parcialmente varias prácticas idólatras. Estas resultaron en esfuerzos fragmentarios que hicieron poco bien. Josías tuvo la sabiduría y la fortaleza espiritual para darse cuenta de que las corrupciones de su época requerían la restauración de la religión verdadera. Este principio es cierto en todas las épocas. Los reformadores del siglo XVI lograron algunas cosas buenas, sin lugar a dudas. Sin embargo, la corrupción en la doctrina y la práctica, tanto en el Catolicismo Romano como en el Protestantismo, solo podría curarse mediante la restauración, hecho que varios hombres dedicados percibieron en el siglo XVIII, resultando en la restauración de la iglesia de la Biblia, la verdadera religión. Seamos tan celosos por mantener la iglesia restaurada como lo fueron aquellos restauradores dedicados al restaurarla. No dejemos nunca de anunciar la súplica de restauración a todos los que escuchen.

Sin lugar a dudas, Josías fue una de las pocas estrellas brillantes en la noche oscura de la historia de los reyes de Judá. Quizás no se le ha dado el crédito que se le debe en el estudio de los personajes bíblicos. Después de estudiar la historia de su buena vida y sus heroicos esfuerzos de restauración, no debería sorprendernos que los inspirados historiadores le concedieran los siguientes reconocimientos:

E hizo lo recto ante los ojos de Jehová, y anduvo en todo el camino de David su padre, sin apartarse a derecha ni a izquierda (II Reyes 22:2).

No hubo otro rey antes de él, que se convirtiese a Jehová de todo su corazón, de toda su alma y de todas sus fuerzas, conforme a toda la ley de Moisés; ni después de él nació otro igual (23:25).

Notas finales

1Todas las citas de la Escritura son de la Versión Reina-Valera 1960 al menos que se indique lo contrario.

2El registro en II Reyes 22-23 no menciona ningún esfuerzo por eliminar la idolatría antes del hallazgo del “libro de la ley” (cf. 22:2-23:4). Como era de esperar, los comentaristas liberales ven en esto una contradicción y/o un

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error por parte del historiador de II Reyes. Sin embargo, esto no se implica en lo absoluto. El relato en II Crónicas es simplemente más completo, ampliando el relato anterior, en lugar de contradecirlo. Obviamente, Josías comenzó su obra de restauración seis años antes de que se descubriera el “libro de la ley”, acto que lo impulsó a realizar esta obra aún más a fondo. Para una buena discusión sobre esto, ver C. F. Keil, F. Delitzsch, Commentary on the Old Testament, 10 vols. (Grand Rapids, MI: William B. Eerdmans Pub. Co., reimpresión ed. 1982), 3: 473–76.

3Israel había sido conquistada por Asiria en 722 a. C. y llevado al cautiverio (II Reyes 17:5-6). En el momento de las primeras reformas de Josías (c. 628 a. C.), el control político del territorio que una vez constituyó el reino del norte estaba cambiando debido a la decadencia y caída del Imperio asirio. Esta confusión política temporal probablemente explica cómo Josías pudo entrar y destruir los ídolos de esa área sin ser desafiado militarmente.

4La identidad exacta de este libro se ha debatido durante mucho tiempo. Los racionalistas alemanes teorizaron tontamente que Hilcías escribió este libro y pretendió “descubrirlo.” Si es así, debe haber sido un consumado falsificador de documentos para hacer que un pergamino recién producido parezca tener casi nueve siglos. Con Bruce, creo que “hay pocas dudas de que era (como discernió Jerónimo) una copia del libro de Deuteronomio.” Algunos eruditos lo identifican como el Pentateuco completo. Dado que Josías pareció estar sorprendido por el contenido del libro, ¿debemos asumir entonces que Josías no tenía una copia de la ley? Esto parece muy improbable. De hecho, su trabajo reformador antes de encontrar el libro implica un conocimiento de la religión verdadera de alguna fuente. Es posible que no tuviera una copia completa de Deuteronomio o que, al tenerla, no hubiera percibido antes el significado de las terribles maldiciones que Moisés pronunció sobre la apostasía. Para una buena discusión de este punto, véase Cyclopedia of Biblical, Theological, and Ecclesiastical Literature, reimpresión de 1969 ed., S.v., “Josiah”; F.F. Bruce, Israel and the Nations (Grand Rapids, MI: William B. Eerdmans Pub. Co., reimpresión ed., 1983), pág. 77.

[Nota: Preparé este manuscrito y lo pronuncié oralmente durante las Conferencias de la Escuela de Predicación de Memphis, organizada por la Iglesia de Cristo Knight Arnold, Memphis TN, del 25 al 29 de marzo de 1990, dirigida por Curtis A. Cates. Fue publicado en el libro de conferencias, Grandes lecciones de los personajes del Antiguo Testamento, ed. Curtis A. Cates.]

Atribución: Tomado deTheScripturecache.com, propiedad y administrado por Dub McClish

Traducido por: Jaime Hernandez.

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Author: Dub McClish

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