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Introducción
Hablar de “primeros principios” en cualquier campo de actividad es hablar de cosas básicas, elementales, fundamentales y rudimentarias. El escritor de Hebreos se refirió a “los primeros rudimentos de las palabras de Dios” (Hebreos 5:12). Si bien en el contexto avergonzó a los hermanos por no progresar más allá de esos primeros principios, ciertamente nunca aconsejó olvidarlos. Los hermanos generalmente han reconocido que los “primeros principios” son cosas tales como (1) la inspiración de las Escrituras, (2) el nacimiento virginal, la Deidad y la resurrección de Jesús, (3) los fenómenos milagrosos registrados en las Escrituras, (4) el plan de la salvación, (5) el establecimiento y las marcas de identificación de la iglesia, (6) y la autoridad bíblica.
En la década de 1960, algunos en la iglesia comenzaron a quejarse que había demasiada predicación sobre los primeros principios. Puede que haya habido un elemento de verdad en la crítica (que, dicho sea de paso, casi fue paralela con el aumento de una protesta contra la predicación que era “negativa” y muy “dogmática”). Al responder a tales críticas, algunos dejaron casi por completo de predicar las verdades rudimentarias y otros las disminuyeron. El proverbial péndulo hizo su oscilación.
El desprecio por “lo básico” se ve en lo que se predica (y no se predica) regularmente desde los púlpitos, en lo que se enseña en las clases bíblicas y en lo que se proclama en campañas evangelísticas y conferencias. Las campañas evangelísticas se han descontinuado en muchas congregaciones en favor de “seminarios” de fin de semana, algunos de los cuales se centran más en temas sociales que bíblicos.
Algunos hermanos ya no descuidan simplemente los primeros principios. Han declarado su intención de evitar predicar sobre ellos porque los desprecian. Escuché a un predicador disculparse públicamente por haber predicado sobre las marcas que identifican a la iglesia en el Nuevo Testamento, prometiendo no volver a hacerlo nunca más. Hace unos años, un hermano me envió la cinta de un sermón en el que el predicador ridiculizaba como los “hermanos cinco pasos” a aquellos que predican el plan de salvación del Evangelio. Además, acusó que si el predicador del siglo XIX, Walter Scott, hubiera poseído sólo cuatro dedos, los “cinco pasos” solo serían “cuatro pasos” (lo que implica que Scott inventó el plan revelado en el Nuevo Testamento).
El estándar de los sermones de muchos predicadores parece ser: “¿Qué puedo decir en quince o veinte minutos que masajee el ego, entretenga y agrade a todos los que lo escuchen?” No es raro que hermanos en varias partes de la nación me digan que conocen a predicadores que durante meses ni siquiera han mencionado el plan de salvación al concluir sus sermones y mucho menos le han dedicado ningún sermón.
Algunos predicadores han dejado de ofrecer cualquier tipo de invitación al final de sus sermones. Por supuesto, si no van a decirle a la gente cómo venir a Cristo, es mejor que no los inviten. Hace casi treinta años un “comité de adoración” donde prediqué me presionó para que dejara de ofrecer la invitación al final de mis sermones. Respondí que mientras estuviera predicando allí, ofrecería la invitación. (Solo estuve allí siete meses, pero ofrecí la invitación y le dije a la gente cómo obedecer el Evangelio cada vez que predicaba).
Por supuesto, debemos hacer hincapié en algo más que los primeros principios, pero no nos atrevamos a descuidarlos. ¿Por debe ser así?
Porque son fundamentales
Por la naturaleza misma del caso, cualquier grupo que olvide los principios y prácticas fundamentales sobre los que fue fundado y en los que se basa fracasará. Esto no es menos cierto en la religión que en los deportes, la educación, los negocios y otras disciplinas.
Una congregación no puede permanecer comprometida con la Verdad sobre el bautismo, la adoración, la organización de la iglesia, la naturaleza del reino u otros temas fundamentales si no los escucha enfatizarse regularmente. Estos temas caracterizaban regularmente el tema de los predicadores del Evangelio, especialmente en las campañas evangelísticas, hasta hace una o dos generaciones. Todavía caracterizan la predicación en campañas evangelísticas de algunos de nosotros.
Hace varios años, observé un grave descuido de un fundamental principio hermenéutico sobre la importancia del silencio de las Escrituras para determinar la autoridad bíblica. Posteriormente me he acostumbrado a predicar sobre este tema en cada campaña evangelística en la que se me permitía elegir mis temas. Más de una vez después de predicar este sermón me han dicho cosas como: “No he escuchado un sermón sobre ese tema en treinta años”, “Nunca he escuchado un sermón completo sobre ese tema”, “Ese sermón realmente respondió algunas preguntas para mí”, y reacciones similares. Es alarmante escuchar declaraciones de este tipo sobre un tema tan fundamental.
Debemos renovar nuestro énfasis en los principios primarios de la Verdad y continuar enfatizándolos simplemente porque son primarios y fundamentales.
Porque los hombres olvidan
La Biblia repite ciertos temas importantes una y otra vez. Jesús enseñó repetidamente a los apóstoles y a otras personas algunas de las mismas Verdades. En parte, el Señor envió el Espíritu Santo a los apóstoles en Su regreso al Cielo, debido a que les dijo, “os recordará todo lo que yo os he dicho” (Juan 14:26). Pablo repitió instrucciones y recordó a los hermanos varias cosas en varias ocasiones (Hechos 20:31, 35; Gálatas 5:21; 1 Tesalonicenses 3:4; 2 Tesalonicenses 2:5; et al.). Pedro escribió sobre la tendencia de la mente humana a olvidar. A los que les escribió ciertamente se les habían enseñado los principios fundamentales de la fe, pero él declaró su propósito de seguir recordándolos mientras viviera (2 Pedro 1:12-15).
Incluso los santos espiritualmente maduros pueden olvidar si sus recuerdos no se refrescan periódicamente. Las tres grandes leyes del aprendizaje siguen siendo repetición, repetición, repetición. Así que repito: debemos seguir enfatizando los primeros principios porque los hombres tienden a olvidar.
Por los niños
En general, se admite que el sistema de educación pública les ha fallado trágicamente a los niños de nuestra nación durante varias décadas. Si bien puede haber muchas causas involucradas, difícilmente se puede negar que el fracaso se debe en gran parte al debilitamiento (si no al abandono) de algunos de los temas más básicos. Añádase a esto la sustitución de métodos de enseñanza probados y verdaderos por métodos experimentales y las consecuencias predecibles que siguieron. Muchos de los jóvenes a quienes las escuelas han otorgado diplomas en los últimos años tienen graves dificultades para leer, escribir, deletrear y hacer cálculos simples (sin calculadora), y apenas tienen idea de la historia de nuestra nación o del mundo. Tales son los tristes frutos de descuidar y abandonar los primeros principios de la educación.
Moisés ordenó a Israel en el desierto que cada generación de padres debía enseñar enfática y constantemente a sus hijos las lecciones fundamentales acerca de la obediencia a Jehová para que no lo olvidaran (Deuteronomio 6:1-25). El comienzo de su fracaso en este deber señaló su fin. La apostasía, seguida de numerosas opresiones, finalmente condujo a su destrucción y cautiverio nacional.
Un gran porcentaje de las últimas dos o tres generaciones en la iglesia han crecido sin estar cimentados en los principios más fundamentales de la fe. Muchos de ellos no crecieron escuchando la predicación bíblica, ya sea porque se predicaba poco o, si se hizo, es posible que hayan estado en una “Hora Bíblica para Niños” jugando y viendo espectáculos de marionetas en ese momento. Aún peores son los muchos hogares “cristianos” en los que los padres son demasiado seculares, carnales y descuidados para enseñar la Biblia a sus hijos y que se niegan a asistir a las asambleas y a traer a sus hijos más de una hora o dos por semana.
¿Nos dan estas cosas alguna pista sobre el origen de muchas de las tendencias “progresistas”, laxas y liberales en una multitud de congregaciones? Algunas de estas personas privadas de los fundamentos que no tienen ni idea sobre el carácter distintivo de la Verdad del Evangelio han decidido quedarse en la iglesia y remodelarla como ellos quieren que sea. ¿Es de extrañar que enfrentemos una epidemia de apostasía y digresión en el reino? Los padres cristianos que aman a sus hijos les enseñarán las verdades fundamentales del Evangelio en casa. Además, insistirán en una predicación que incluya los grandes primeros principios. Si no tienen ese tipo de predicación donde están, encontrarán una congregación que la tenga.
Sin una predicación consistente en libros, capítulos y versículos de “los primeros rudimentos de las palabras de Dios”, la iglesia no seguirá siendo iglesia por mucho tiempo.
[Nota: Escribí este manuscrito para mi columna “Perspectiva Editorial” y se publicó en la edición de abril de 2000 de THE GOSPEL JOURNAL, de la cual yo era editor en ese momento.]
Atribución: Tomado de TheScripturecache.com; Dub McClish, propietario y administrador.
: Jaime Hernandez.