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Introducción
Desde casi la primera página de la Biblia, y ciertamente hasta la última, la Palabra de Dios nos presenta la necesidad de obedecer a Dios. Esto es así hasta tal punto que podemos decir sin temor a una contradicción exitosa que el tema principal e implacable de la Biblia, desde el principio hasta el fin, es que el hombre debe obedecer a Dios o sufrir consecuencias terribles. Al menos algunas de estas consecuencias se relacionan con esta vida, pero se relacionan especialmente con la vida venidera. No sólo eso, sino que las bendiciones más selectas de Dios para esta vida y el mundo venidero se prometen sólo a los obedientes. Si pasamos por alto la enseñanza de la Biblia sobre la obediencia a Dios, no sólo perderemos su impulso dominante, sino que también perderemos la vida más grandiosa en la tierra y el Cielo.
La Concordancia Strong indica que la palabra más común en el Antiguo Testamento para obediencia es shama.[1] El Léxico hebreo de Brown, Driver y Briggs indica que su significado original es oír inteligentemente para poder escuchar, ceder.[2] La palabra más común en el Nuevo Testamento para obediencia es hupakouo, que, como shama, significa literalmente oír para poder hacer. Kittel dice que esta palabra “…siempre debe pensarse en ella dentro de la esfera de una religión que recibe la Palabra divina al oírla y luego la traduce en acción…”[3] Cuando consultamos un diccionario inglés para encontrar una definición de obediencia, aprendemos que significa “…cumplimiento de lo que exige la autoridad, sujeción a una restricción legítima.”[4]
Hablar de obediencia a Dios es dar a entender que Dios tiene una determinada manera de que el hombre viva. También debemos inferir necesariamente que Dios ha dado mandamientos a los hombres, algunos de los cuales son requisitos positivos y otros son prohibiciones, mediante los cuales nos dice cómo vivir. Además, debe concluirse que el hombre está obligado a obedecer cualquier mandamiento que Dios le haya dado. Esta obligación ha sido inherente a la relación entre el hombre y Dios desde el principio y continuará hasta que el tiempo no exista más. ¡Los hombres deben obedecer a Dios! (Hechos 5:29)
A la luz de estos hechos, parece más que irónico que prácticamente todo el llamado “mundo creyente” y no pocos hermanos miren con desdén a los que nos atrevemos a decir que el Evangelio de Cristo es una ley espiritual y que estamos obligados a obedecerla. No pueden comprender ni tolerar a quienes insistimos en cosas como guardar los mandamientos de Cristo, enfatizar que la sana doctrina debe ser defendida, así como proclamada, abogar por que los hombres deben temer a Dios y sugerir que Dios tiene un modelo para la iglesia y para nuestra vida diaria que debe seguirse. La sola mención de tales cosas probablemente los provoque a decirnos legalistas, literalistas u observadores de mandamientos. No tienen oído para el mensaje de la Biblia sobre la obediencia. Los temas de esta gente gravemente equivocada son sus pervertidas opiniones sobre la gracia, la libertad, la misericordia y el amor. Olvídense de la ley y los mandamientos divinos o de la obediencia y la obligación humana porque la gracia y la misericordia de Dios excluyen a todos y cada uno, según ellos mismos lo dicen.
Estas opiniones antinómicas encuentran expresión en el rechazo de la autoridad dada por Dios a los ancianos en las congregaciones locales y en el desprecio por la predicación autoritaria, de “libro, capítulo y versículo”. En una época como la nuestra, en la que tantos, incluso en la iglesia, desprecian el concepto mismo de sumisión u obediencia a cualquier autoridad, humana o divina, difícilmente podríamos emplear nuestro tiempo de manera más provechosa que en un fuerte énfasis de lo que Dios dice sobre este tema.
Estudiaremos este tema bajo tres títulos: (1) Pasajes principales sobre la obediencia en 1 Samuel, (2) otros pasajes bíblicos sobre la obediencia, y (3) algunas implicaciones de la verdadera obediencia.
Principales pasajes sobre la obediencia en 1 Samuel
Dos declaraciones principales en 1 Samuel ponen un gran énfasis en la obediencia necesaria del hombre a Dios.
1 Samuel 12:14-15, 24-25: Discurso de Samuel en la coronación de Saúl
Este pasaje es parte de un notable discurso (que comprende todo 1 Samuel 12) por el profeta-sacerdote-juez Samuel. Saúl acababa de ser coronado formalmente como rey de Israel en una gran reunión en Gilgal. Samuel pronunció este discurso memorable a sus compatriotas en este importante punto de inflexión en la historia de la nación. Instó al pueblo: “Ahora pues, presentaos para que yo argumente con vosotros delante del SEÑOR…” (v. 7, LBLA). Una parte considerable de lo que Samuel discutió con Saúl e Israel tenía que ver con su obligación de obedecer a Dios. Después de recordarle al pueblo cómo Dios había sacado a sus antepasados de la cruel esclavitud de Egipto y los había hecho victoriosos sobre sus enemigos mientras le servían, pero cómo había permitido que sus enemigos los conquistaran cuando se olvidaron de Él, Samuel los desafió de la siguiente manera:
Si temiereis a Jehová y le sirviereis, y oyereis su voz, y no fuereis rebeldes a la palabra de Jehová, y si tanto vosotros como el rey que reina sobre vosotros servís a Jehová vuestro Dios, haréis bien. Mas si no oyereis la voz de Jehová, y si fuereis rebeldes a las palabras de Jehová, la mano de Jehová estará contra vosotros como estuvo contra vuestros padres … Solamente temed a Jehová y servidle de verdad con todo vuestro corazón, pues considerad cuán grandes cosas ha hecho por vosotros. Mas si perseverareis en hacer mal, vosotros y vuestro rey pereceréis (vv. 14-15, 24-25).
Considere las siguientes observaciones sobre estas declaraciones:
- Samuel enfatizó la obediencia en no menos de cuatro expresiones diferentes en los versículos 14 y 24. Temer al Señor significa servirle, lo cual significa obedecerle, lo cual significa no rebelarse contra sus mandamientos. Debemos concluir que cualquiera que desprecie el concepto de temer a Dios también desprecia el concepto de obedecer a Dios, porque estas dos declaraciones constituyen la repetición de un principio.
- Samuel hizo una promesa condicional acerca de las bendiciones y la obediencia de Dios. Si Saúl y el pueblo obedecían a Dios, entonces tendrían Sus bendiciones especiales sobre ellos. La obediencia era (y es) la condición de las bendiciones más selectas de Dios, especialmente Sus bendiciones espirituales, todas las cuales están en Cristo (Efesios 1:3).
- Desobedecer a Dios, rebelarse contra los mandamientos del Señor y hacer el mal son una y la misma cosa (vv. 13, 25). Así, quienes alientan la desobediencia a la Palabra de Dios ridiculizando el “observar los mandamientos” están alentando la maldad y la rebelión contra Dios.
- Samuel dijo que a Dios hay que servirle “de verdad con todo vuestro corazón”, así como el Señor dijo que los hombres deben adorar al Padre “en espíritu y en verdad” (Juan 4:23-24). Es decir, debemos hacer sinceramente lo que Él dice tanto en la adoración como en el servicio.
- Samuel también dio una severa advertencia inspirada acerca de la desobediencia. Traería grandes calamidades sobre Saúl y la nación, al igual que las que cayeron sobre sus antepasados por su desobediencia y rebelión. Lo que Samuel enseñó al pueblo de Dios en esta sombría ocasión sigue siendo cierto hoy en principio: Dios está complacido y nos bendecirá abundantemente si lo obedecemos; Él detendrá sus bendiciones e incluso traerá calamidad, calamidad eterna eventualmente, sobre nosotros si lo desobedecemos.
1 Samuel 15:22-23: Samuel reprende la desobediencia de Saúl
El famoso contexto de 1 Samuel 15 es el decreto de Dios a Saúl por medio de Samuel: Destruye por completo a los amalecitas, sin dejar nada de ellos con vida, ni quedarse con botín alguno (vv. 1-3). Después de regresar de esta misión, habiendo desobedecido a Dios al perdonar la vida al rey y a lo mejor de los rebaños y manadas (vv. 8-9), tuvo la audacia de jactarse ante Samuel de que “he cumplido la palabra de Jehová” (v. 13). La respuesta de Samuel estuvo llena de sarcasmo, si no que de humor: “¿Pues qué balido de ovejas y bramido de vacas es este que yo oigo con mis oídos?” (v. 14). Después de preguntarle a Saúl por qué desobedeció a Dios, Samuel procedió a exponer la flagrante e inexcusable rebelión de Saúl.
Saúl justificó su desobediencia en cuanto a los animales culpando al pueblo por querer perdonarlos con el propósito de hacer sacrificios a Dios (vv. 15, 21). No le dijo a Samuel por qué perdonó a Agag, el rey, pero pareció no ver en ello la obvia incongruencia con el mandato de Dios. La respuesta de Samuel a las excusas infundadas de Saúl fue atemporal en el principio que establece:
¿Se complace Jehová tanto en los holocaustos y víctimas, como en que se obedezca a las palabras de Jehová? Ciertamente el obedecer es mejor que los sacrificios, y el prestar atención que la grosura de los carneros. Porque como pecado de adivinación es la rebelión, y como ídolos e idolatría la obstinación. Por cuanto tú desechaste la palabra de Jehová, él también te ha desechado para que no seas rey (vv. 22-23).
La respuesta de Saúl fue admitir que había pecado (vv. 24-25, 30). Samuel le dijo entonces al rey que, así como él había rechazado la Palabra de Dios, Dios también lo había rechazado a él y que pondría otro rey sobre Israel (vv. 26, 28).
Consideremos algunas observaciones acerca de la desobediencia de Saúl:
- Saúl no podía argumentar, ni lo hizo, que había entendido mal a Dios. La Palabra de Dios, que es esencial para que le agrademos y seamos recompensados por Él, era (y es) comprensible.
- Saúl trató de excusar su desobediencia, pero no tenía excusa para desobedecer a Dios. De la misma manera, los hombres no tienen excusa ahora.
- Saúl aparentemente pensó que era más inteligente que Dios y que podía mejorar el mandamiento de Dios. Los hombres siguen haciendo lo mismo. El modelo para la iglesia tal como la hizo el Señor es demasiado angosto y restrictivo, por lo que lo “mejoran” para que se adapte a sus necesidades. Muchos hermanos piensan de la misma manera acerca de la iglesia y particularmente de temas como la adoración, la disciplina congregacional, el matrimonio, el divorcio y el nuevo matrimonio, las mujeres predicadoras, la comunión con los que no son cristianos y con los hermanos que son falsos maestros, y muchos otros detalles.
- La falta de respeto de Saúl por el mandamiento de Dios fue una declaración de su falta de fe en Dios. Cuando los hombres rechazan la Palabra de Dios, anuncian su incredulidad.
- Saúl mintió para tratar de ocultar su desobediencia. El pecado consciente (que aparentemente fue el de Saúl) multiplica el pecado. Cada pecado de este tipo tiende a conducir a pecados adicionales para encubrir sus predecesores.
- La desobediencia a Dios no puede ocultarse indefinidamente. Como en el caso de Saúl, tarde o temprano, independientemente de cuán fuerte protestemos, las ovejas berrearán y las vacas bramarán. El pecado, y la vergüenza que inevitablemente trae, deben ser expuestos.
- Saúl temió y obedeció la voz equivocada. Él obedeció la voz del pueblo en vez de la voz de Dios. La caída de millones sigue siendo el deseo de agradar y ser querido por otros hombres, en su mayoría los equivocados. En última instancia, el único a quien debemos temer es a Dios, quien puede sentenciarnos al infierno (Mateo 10:28).
- El sacrificio externo nunca puede reemplazar la reverencia interna.
- La rebelión y la terquedad ante la Palabra de Dios es equivalente a la peor clase de maldad. De hecho, es la peor clase de maldad.
- La confesión de Saúl fue insincera, como lo demuestra su deseo de ser honrado por los ancianos del pueblo cuando había demostrado ser indigno de honor (v. 30) y por su posterior vida de apostasía. Decir: “He pecado” no es igual al arrepentimiento, que implica decidir dejar el pecado y comportarse en armonía con esa decisión.
- Tal como Samuel había advertido (12:15), cuando Saúl se rebeló contra el mandamiento del Señor, la mano del Señor estuvo contra él. Así también la mano de Dios está contra todos los que se rebelan contra Su Palabra.
Otras declaraciones bíblicas sobre la obediencia
El espacio nos permite analizar solo algunos de los otros pasajes principales sobre la obediencia porque son muy abundantes. Los siguientes son una buena representación de muchos otros:
Eclesiastés 12:13-14: Teme a Dios y guarda sus mandamientos
Una buena declaración con la cual comenzar es Eclesiastés 12:13-14: “El fin de todo el discurso oído es este: Teme a Dios, y guarda sus mandamientos; porque esto es el todo del hombre. Porque Dios traerá toda obra a juicio, juntamente con toda cosa encubierta, sea buena o sea mala”. Salomón nos enseñó aquí que, cuando todo está dicho y hecho, el respeto y la obediencia a Dios es la responsabilidad última del hombre. La motivación que se expone aquí para la sumisión del hombre a Dios es su responsabilidad ante Él: todo lo que hagamos será revelado con el tiempo. El mensaje es claro: teme y obedece a Dios y, por lo tanto, haz aquellas cosas buenas, cuya revelación, en el Juicio, no traerá vergüenza ni condenación. Aquellos modernos, tanto de dentro como de fuera, que desprecian el concepto de temer a Dios y guardar los mandamientos de Dios, ¡deberían temblar ante este pasaje explícito que expone su necedad rebelde!
Mateo 7:21: Hacer la voluntad del Padre Celestial
Nuestro Señor concluyó el Sermón del Monte con un rotundo desafío a obedecer a Dios. El versículo inicial de su párrafo final (Mateo 7:21-27) es la clave de esta sección enfática: “No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos” (v. 21). En caso de que alguien dude de qué parte de la voluntad de Su Padre se debe guardar, Él lo dejó muy en claro: “Cualquiera, pues, que me oye estas palabras, y las hace, le compararé a un hombre prudente, que edificó su casa sobre la roca … Pero cualquiera que me oye estas palabras y no las hace, le compararé a un hombre insensato, que edificó su casa sobre la arena” (vv. 24, 26). Observe el énfasis en hacer “estas palabras”. Desde la venida de Cristo a esta tierra y Su muerte, la obediencia al Padre se mide por la obediencia a Su Hijo porque Él es aquel por medio de Quien Dios habla (Mateo 17:5; Hebreos 1:1-2). Observe que a los desobedientes se les llama “insensatos” porque su esfuerzo es en vano, inútil; todo se reducirá a nada. También podemos observar que no tienen esperanza porque sufrirán una pérdida total. La clave por la cual los hombres entrarán al Cielo se llama obediencia.
Juan 14:15: El amor y la obediencia son inseparables
Jesús expresó el vínculo vital entre el amor y la obediencia en su gran mensaje de consuelo a los apóstoles justo antes de su muerte: “Si me amáis, guardad mis mandamientos” (Juan 14:15). Afirmó lo mismo de forma negativa en el mismo contexto: “El que no me ama, no guarda mis palabras; y la palabra que habéis oído no es mía, sino del Padre que me envió” (v. 24). Juan reiteró el mismo principio: “Pues este es el amor a Dios, que guardemos sus mandamientos” (1 Juan 5:3). El significado de la declaración de Juan al comienzo de este versículo es: “Esto es lo que significa amar a Dios”, es decir, guardar sus mandamientos. Por lo tanto, el amor a Dios y la obediencia a Él no pueden separarse. Es fácil para cualquiera afirmar que ama a Dios o a Su Hijo, pero aquí tenemos la prueba sencilla e infalible. Quien ama a Dios no sólo le obedecerá, sino que encontrará gozo, en lugar de pesar, al hacerlo. ¿Cómo se atreve alguien a quejarse de que los mandamientos de Dios a través de Su Hijo son demasiado exigentes o duros? ¡Piense en lo que Dios y Cristo han hecho por nosotros! En comparación, ellos nos piden poco, pero esperan que hagamos lo que nos piden, y deberíamos hacerlo con deleite.
Hechos 4:18-20; 5:29: La obediencia a Dios reemplaza la obediencia a los hombres
Un poderoso mensaje sobre el entendimiento inspirado apostólico de la necesidad de la obediencia se ve en el contexto de la severa persecución en los primeros días de la iglesia en Jerusalén. Cuando Pedro y Juan fueron arrestados por primera vez y el Sanedrín les ordenó no predicar más en el nombre de Cristo, respondieron de inmediato: “Juzgad si es justo delante de Dios obedecer a vosotros antes que a Dios; porque no podemos dejar de decir lo que hemos visto y oído” (Hechos 4:18-20). Al ser liberados, volvieron a su obra de predicar públicamente (vv. 33). Fueron arrestados una segunda vez, de cuyo encarcelamiento los liberó el ángel del Señor y les dijo que fueran una vez más a predicar en el templo (5:17-20). Su tercer arresto involucró a más apóstoles por hacer precisamente lo que a Pedro y Juan se les había prohibido hacer en su primer arresto: predicar el Evangelio (vv. 25-27). Cuando el sumo sacerdote les recordó que se les había ordenado no predicar en el nombre de Jesús, los apóstoles respondieron: “Es necesario obedecer a Dios antes que a los hombres” (v. 29). Ante estas palabras desafiantes, junto con la acusación de los apóstoles de que este mismo concilio había asesinado a Jesús, algunos de ellos clamaron por su muerte (v. 33). Finalmente fueron golpeados y se les ordenó una vez más que no predicaran más el Evangelio (v. 40). Sin embargo, se negaron a cesar en su trabajo de enseñar y predicar a Cristo (v. 42). No es que no entendieran el edicto de las autoridades civiles, ni tampoco que no comprendieran el grave riesgo que corrían al ignorar la orden. Simplemente comprendieron que la autoridad de Aquel que les había ordenado predicar el Evangelio era mayor que la de quienes les habían ordenado que dejaran de hacerlo. Siempre que un mandato del hombre choca con un mandato de Dios, debemos honrar el mandato de Dios a cualquier costo o riesgo. Tal es la necesidad de obedecer a Dios.
Santiago 1:22: Dios bendice a los que hacen, no a los que simplemente escuchan su Palabra
Santiago hizo una declaración contundente sobre el tema de la obediencia a Dios: “Pero sed hacedores de la palabra, y no tan solamente oidores, engañándoos a vosotros mismos” (Santiago 1:22). Hay algún valor en oír, familiarizarse con, y ciertamente en memorizar la Palabra de Dios. Sin embargo, uno se está engañando a sí mismo si cree que las grandes recompensas y bendiciones de la Palabra de Dios se pueden encontrar en su mero oír. La bendición viene al nivel de hacer, no al de oír (v. 25). Es bueno aprender y entender que el bautismo es para la remisión de los pecados y seguramente no es perjudicial que uno memorice Hechos 2:38. Sin embargo, uno puede memorizar este pasaje e incluso creer lo que dice y aún así morir e ir al infierno en la culpa de sus pecados ajenos si nunca actúa de acuerdo con él. Miles de personas oyeron a los apóstoles predicar el Evangelio en Pentecostés, pero sólo los que lo recibieron con “gozo” hasta el punto de obedecerlo recibieron la bendición prometida (v. 41). El perdón de los pecados por medio de la sangre de Cristo, necesario para la salvación, para ser añadido a la iglesia y finalmente entrar al Cielo, no se concederá si uno no es bautizado. Por lo tanto, la verdadera bendición no está en el mero hecho de oír o aprender, sino en obedecer lo que uno oye y aprende del Evangelio.
1 Juan 2:3-4: Para conocer a Dios hay que obedecerle
Ya hemos señalado una declaración sobre la obediencia en la primera carta de Juan, pero ahora nos dirigimos a otra. En esta, Juan no escatimó en la sensibilidad de las almas tímidas al exponer su punto: “Y en esto sabemos que nosotros le conocemos, si guardamos sus mandamientos. El que dice: Yo le conozco, y no guarda sus mandamientos, el tal es mentiroso, y la verdad no está en él” (1 Juan 2:3-4). Así como nuestra afirmación de amar a Dios es vana si no le obedecemos (como se vio anteriormente), también lo es nuestra afirmación de conocerle. Podemos saber algunas cosas acerca de Su Palabra sin obedecerle, pero nunca podremos conocer a Dios mismo sin obedecerle. “Conocerle” se refiere a una relación y comunión íntima, como la que tiene un hijo con su padre. “Conocerle” significa participar de las bendiciones y privilegios que son peculiares de aquel que ha sometido su voluntad a la voluntad divina. Afirmar comunión y una relación íntima con Dios mientras se rehúsa obedecerle es deshonesto; tal afirmación es un mentiroso. Santiago 1:22, que acabamos de mencionar, dice que aquel que piensa que tiene el favor de Dios a pesar de su desobediencia se engaña a sí mismo. 1 Juan 2:3-4 dice que tal persona también intenta engañar a los demás.
Apocalipsis 22:14: Para entrar al cielo hay que obedecer los mandamientos de Dios
La bienaventuranza final de la Biblia es un llamado resonante a la obediencia: “Bienaventurados los que lavan sus ropas, para tener derecho al árbol de la vida y para entrar por las puertas en la ciudad” (Apocalipsis 22:14). Juan acababa de terminar de escribir cientos de palabras en el capítulo anterior y en la primera parte de este capítulo en un esfuerzo por ayudarnos a visualizar la gloria y el esplendor de la ciudad del Cielo e imaginar los privilegios y deleites que sus residentes disfrutarían sin interrupción por la eternidad. Luego nos dijo cómo podrán hacerlo quienes entren. Serán aquellos que guarden los mandamientos de Dios quienes tendrán el derecho de comer del árbol restaurado de la vida, que una vez estuvo prohibido a Adán y Eva, pero que ahora está disponible en el Edén eterno. Serán aquellos que guarden los mandamientos de Dios quienes podrán entrar por las puertas y habitar el Cielo. ¿Es importante la obediencia a Dios? ¿Es necesaria? Si ir al Cielo y evitar el Infierno es importante y necesario, entonces la obediencia a Dios ciertamente lo es.
Algunas implicaciones de la verdadera obediencia
Hablar de “obediencia verdadera” implica la posibilidad de una obediencia fingida o solo aparente. Sin embargo, hay varios principios por los cuales uno puede identificar la verdadera obediencia. Por supuesto, una mera obediencia “fingida” o aparente no es realmente obediencia en absoluto. Ya he presentado algunos de estos principios e implicaciones, pero merecen una atención más detallada. ¿Cuáles son algunas de las implicaciones de la verdadera obediencia a Dios?
Un mandato debe conocerse antes de poder obedecerse
La idea de obediencia connota cumplimiento de lo que se ha ordenado o requerido y de lo cual uno tiene conocimiento. Si uno no sabe lo que se ha requerido, no puede cumplirlo. El objetivo principal de la comisión de Cristo de predicar el Evangelio a toda la creación es que los hombres puedan saber cuáles son sus mandamientos y puedan creerlos y obedecerlos si así lo deciden (Marcos 16:15-16). Ahora bien, uno puede hacer cierta cosa que resulta ser un requisito de Dios, pero si no lo hace, sabiendo que es el requisito de Dios y haciéndolo para cumplir con el requisito de Dios, eso no constituye obediencia. Por ejemplo, el bautismo bíblico requiere inmersión en agua. Un hindú puede ser completamente sumergido en agua durante su baño ritual pagano en el río Ganges, pero no hay obediencia a Dios en el acto sólo porque es coincidente con un requerimiento de Dios. En otras palabras, es imposible obedecer a Dios “accidentalmente”.
Uno debe cumplir con el propósito del mandato de Dios
Cuando Dios ha establecido un propósito para un requerimiento dado, es necesario entender el propósito establecido y cumplir con el requerimiento de Dios con la intención de lograr ese propósito. Participar del pan sin levadura y del fruto de la vid cada primer día de la semana es un requisito de los cristianos. Si bien la forma externa específica de la cena (el tiempo y los elementos, etc.) es importante, se requiere más que el mero acto de participar. El propósito del acto es esencial: el recuerdo por parte del participante del sacrificio del cuerpo y la sangre de Cristo en la cruz (1 Corintios 11:24-25). Comer de esta cena, observando correctamente su forma externa, es ofrecer un ritual vano si el observador no es consciente de su propósito. Peor aún, el que así lo hace se vuelve culpable del cuerpo y la sangre del Señor y come y bebe su propia condenación (vv. 27, 29).
Este principio también se relaciona con el bautismo. Muchas entidades religiosas respetan los requisitos bíblicos relacionados con el candidato aceptable (un creyente arrepentido que ha confesado su fe), la acción (inmersión) y el elemento (agua) del bautismo. Sin embargo, aunque cumplen con estos requisitos, estas denominaciones niegan el propósito o diseño bíblico del bautismo (es decir, la salvación y sus equivalentes [Marcos 16:16; Hechos 2:38; 22:16; 1 Pedro 3:21; et al.]), enseñando que el perdón de los pecados se concede antes del bautismo. Los predicadores fieles del Evangelio, desde el tiempo de los apóstoles inclusive, han enseñado consistentemente que un acto religioso de inmersión en agua llamado “bautismo” es un mero lavado del cuerpo si el candidato ha recibido una enseñanza errónea.
Esta verdad seguramente incluye a quien no entiende o que, sabiendo, niega el propósito ordenado por Cristo del acto. Ahora bien, es triste decirlo, algunos hermanos han salido a enseñar que uno no necesita saber o creer en el diseño/propósito especificado por las Escrituras del bautismo, pero puede ser bautizado bíblicamente siempre y cuando lo haga para “obedecer a Cristo”.[5] ¡Niego que uno pueda obedecer a Cristo en el bautismo mientras ignore o niegue el diseño mismo del acto como se especifica en las Escrituras! El ejemplo de Pablo en relación a los doce “discípulos” de Éfeso que habían sido sumergidos después de recibir una enseñanza errónea sobre el bautismo es instructivo. En primer lugar, les enseñó correctamente y luego los llevó al agua donde fueron realmente bautizados (porque según las Escrituras) (su primera inmersión obviamente no tuvo ningún provecho espiritual) (Hechos 19:1-7). De la misma manera, cualquier persona bautizada sin saber o no cumpliendo con el propósito del bautismo establecido en las Escrituras no ha sido bautizada en absoluto según la definición del Nuevo Testamento. Todos ellos necesitan ser convencidos de ese propósito y ser bautizados comprendiendo y cumpliendo con él.
La obediencia requiere más que el mero cumplimiento de la forma externa
“Hacer las cosas por inercia” no es suficiente, incluso si las “cosas” están autorizadas por las Escrituras. Si bien esto está relacionado con el punto mencionado anteriormente, merece un tratamiento aparte. Uno puede orar en voz alta y durante largo tiempo con hermosas palabras y una forma correcta y, sin embargo, no recibir la aprobación de Dios (Mateo 6:5). Las formas externas de oración y de cantos de alabanza son insuficientes para cumplir con los requisitos de Dios para estos actos de adoración. Debemos cantar y orar con el motivo adecuado y con comprensión (Mateo 6:5; Efesios 5:19; Colosenses 3:16). Algunas personas se reúnen regularmente, dan generosamente y cantan en voz alta, pero viven como reprobados. Un predicador del Evangelio puede predicar la Palabra fiel y enérgicamente, pero por sus impurezas morales puede ser expuesto como un hipócrita hueco que no estuvo a la altura de su predicación. Uno podría incluso dar todo su dinero para alimentar a los pobres y dar su cuerpo para que lo quemaran y sería en vano si lo hiciera por la razón equivocada (1 Corintios 13:3). La obediencia implica más que el cumplimiento externo de los mandamientos. Al igual que en la adoración, todo lo que hacemos para servir a Dios debe hacerse “en espíritu”, es decir, con la actitud y la motivación adecuadas (Juan 4:23-24). El pensamiento, el impulso y el motivo correcto deben estar presentes detrás del acto para que se produzca la obediencia.
La obediencia requiere adherencia a los detalles específicos de los mandamientos de Dios
Si bien la motivación correcta es necesaria para la obediencia en cualquier caso dado, esto de ninguna manera disminuye la obligación de seguir cuidadosamente los mandamientos específicos que Dios nos ha dado. Aquí es donde muchos se desvían. Se preocupan tanto por la actitud y la motivación que hacen de estas las pruebas definitivas de lo que agrada a Dios, incluso si uno ignora o rechaza el mandato real que Dios ha dado. Caín fue el primero en hacer esto (Génesis 4:3-7). Hasta donde sabemos, tenía la actitud y la motivación correctas en su ofrenda, pero ignoró lo que Dios le ordenó que ofreciera. Nadab y Abiú eran sin duda sinceros cuando cometieron el mismo error condenable (Levítico 10:1-2). Uza era celoso por el arca de Dios y su seguridad cuando extendió la mano para evitar que se cayera del carro de bueyes, pero fue herido de muerte porque no buscó a Dios “según su ordenanza” (1 Crónicas 13:9-10; 15:13). El “según su ordenanza” requería que algunos de los levitas llevaran el arca cuando se iba a mover (v. 2; Deuteronomio 10:8) y David y Uza ignoraron este detalle en su primer intento de mover el arca. Se pueden encontrar muchos otros ejemplos similares en el Antiguo Testamento.
Algunos están muy dispuestos a aceptar que se requería una estricta obediencia bajo la ley de Moisés, pero como vivimos bajo la gracia por medio de Cristo, afirman que no tenemos que ser tan cuidadosos con los “detalles” de lo que Cristo enseña. Algunos incluso argumentan que no estamos bajo ninguna ley espiritual desde la muerte de Cristo. Otros creen que, si uno es sincero, Dios aceptará su servicio, sin importar cuánto pueda estar en conflicto con la voluntad revelada de Dios. Sin embargo, no aprendieron esto del Nuevo Testamento. Saulo de Tarso sin duda era sincero cuando perseguía a la iglesia (Hechos 23:1), pero esto no hizo que Dios ignorara su comportamiento. Cornelio era un hombre profundamente sincero y religioso, pero aun así tuvo que obedecer los mandamientos de Cristo para ser salvo (Hechos 10:1-2, 7, 33, 47-48; 11:14).
Hebreos 10:28-29 refuta poderosamente esta idea de que no tenemos que guardar la “letra” de la ley mientras guardemos el “espíritu” de la ley (como les gusta decir a los liberales):
El que viola la ley de Moisés, por el testimonio de dos o de tres testigos muere irremisiblemente. ¿Cuánto mayor castigo pensáis que merecerá el que pisoteare al Hijo de Dios, y tuviere por inmunda la sangre del pacto en la cual fue santificado, e hiciere afrenta al Espíritu de gracia?
El argumento es que, si Dios era tan exigente bajo la antigua ley inferior, cuánto más exigente es bajo la nueva ley superior. Un argumento similar ya se había presentado en Hebreos 2:2-3:
Porque si la palabra dicha por medio de los ángeles fue firme, y toda transgresión y desobediencia recibió justa retribución, ¿cómo escaparemos nosotros, si descuidamos una salvación tan grande? La cual, habiendo sido anunciada primeramente por el Señor, nos fue confirmada por los que oyeron.
Este pasaje utiliza un estilo enfático de expresión para señalar que no podemos escapar de la ira de Dios si pensamos que podemos transgredir y desobedecer la ley de Dios para nosotros bajo Cristo. Entre las muchas reprimendas que Jesús pronunció contra los fariseos por su hipocresía, estaba el que diezmaban la menta, el eneldo y el comino y descuidaban la justicia, la misericordia y la fe. Sin embargo, no dijo que podían ignorar el asunto relativamente pequeño de diezmar sus hierbas: “… y dejáis lo más importante de la ley: la justicia, la misericordia y la fe. Esto era necesario hacer, sin dejar de hacer aquello” (Mateo 23:23b). No tenemos la opción de seguir la forma correcta o tener el motivo correcto en nuestro servicio a Dios. Debemos tener ambos; la forma es tan esencial como el motivo.
La obediencia “selectiva” no es obediencia en absoluto
Existe una vieja historia de un padre que, en los primeros tiempos de nuestra nación, recibió una concesión de tierras en la frontera. Antes de mudarse allí con su esposa y sus hijos pequeños, envió a un hijo adulto para que comenzara a trabajar la tierra. Habiendo examinado previamente la propiedad, el padre le indicó al hijo exactamente dónde quería que se cavara el pozo, se construyera la casa y se ubicara el granero. Finalmente, el hijo mandó llamar al resto de la familia. Al llegar, el padre vio que su hijo había cavado el pozo y construido la casa exactamente donde él había especificado. Sin embargo, también descubrió que su hijo, al estar en desacuerdo con él sobre la ubicación del granero, lo había construido en un lugar diferente. A primera vista, uno podría pensar que el hijo era al menos dos tercios obediente a su padre, pero al examinarlo más de cerca debemos concluir que no era obediente en absoluto. El hecho es que, en lugar de obedecer a su padre en cuanto a la ubicación del pozo y la casa, el hijo simplemente estuvo de acuerdo con su padre en cuanto a eso. Si no hubiera estado de acuerdo en cuanto a la ubicación, también los habría cambiado. No existe tal cosa como ser “dos tercios obediente”. Uno es obediente o desobediente. Se demuestra que la obediencia “selectiva” no es obediencia en absoluto. El rey Saúl era un defensor de esta filosofía. Se le ordenó destruir por completo a todos los amalecitas y sus posesiones, pero él eligió eximir al rey Agag y a los rebaños y vacas más selectos. De la reprensión de Samuel hacia él está claro que a los ojos de Dios él no había obedecido en absoluto. El joven rico que vino a Cristo estaba dispuesto a obedecer lo que Cristo le dijo (“guarda los mandamientos”) siempre y cuando estuviera de acuerdo con ellos y no exigieran ningún sacrificio. Sin embargo, cuando el Señor le dijo que hiciera algo con lo que él no estaba de acuerdo (dar todo lo que tenía a los pobres y seguir a Cristo), él no estaba dispuesto a hacerlo (Mateo 19:16-22). El acto de ofrecer sacrificios no fue un desafío para Abraham. La prueba de obediencia llegó cuando Dios dijo: “Toma ahora tu hijo, tu único, Isaac, a quien amas, y vete a tierra de Moriah, y ofrécelo allí en holocausto…” (Génesis 22:2). La fe de Abraham se demostró en el hecho de que no fue selectivo en su obediencia (Santiago 2:21).
Muchas personas tienen normas estrictas de moralidad y creen en Cristo, ambas cosas que Dios ha ordenado. Sin embargo, el mismo Dios dice que uno debe ser bautizado para ser salvo, pero esos creyentes moralmente rectos rechazan Marcos 16:16. Es por lo menos sospechoso que en realidad no sean obedientes en su moral y fe, sino que simplemente estén de acuerdo con lo que la Biblia enseña sobre esos puntos. Si no estuvieran de acuerdo con ellos, sin duda los habrían ignorado tal como hicieron con el bautismo.
Algunos han hecho lo que la Biblia enseña que uno debe hacer para ser salvo, convertirse en cristiano y ser añadido a la iglesia, pero ignoran por completo lo que el Señor enseña acerca la asistencia regular a la asamblea. ¿Han sido realmente obedientes? Un cristiano no puede faltar nunca a una reunión de adoración o de estudio, que es la voluntad de Dios, pero cierra sus oídos cada vez que se predica o enseña una palabra sobre las responsabilidades financieras de uno hacia la causa de Cristo. ¿Ha sido esta persona realmente obediente en algún aspecto? Otros que han obedecido el Evangelio y que aparentemente son sanos en la doctrina y la práctica han aprobado el matrimonio no bíblico de un hijo o una hija. Refiriéndose precisamente a un suceso de este tipo, Santiago escribió: “Porque cualquiera que guardare toda la ley, pero ofendiere en un punto, se hace culpable de todos” (Santiago 2:10).
Simplemente no tenemos el lujo de recorrer el Nuevo Testamento como lo hacemos en un supermercado, seleccionando sólo las cosas que deseamos y dejando otros artículos en los estantes. La obediencia requiere que nos sometamos a Cristo en “… todas las cosas que os hable” (Hechos 3:22). Cristo dijo: “enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado; y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo. Amén” (Mateo 28:20).
Una cosa es desobedecer a Cristo sin intención por ignorancia o por una debilidad momentánea. Esa persona a menudo se arrepentirá rápidamente y comenzará a obedecer cualquier mandato que ignoraba tan pronto como lo sepa. Otra cosa muy distinta es saber lo que Cristo requiere, como lo hizo el joven rico, y negarse a hacerlo. En realidad, no existe tal cosa como una obediencia “selectiva” deliberada porque eso no constituye obediencia.
Conclusión
La doble promesa de Dios a través de Moisés a Israel de recompensas y retribuciones respectivas relacionadas con la obediencia es Su mensaje a todos los hombres para todos los tiempos:
He aquí yo pongo hoy delante de vosotros la bendición y la maldición: la bendición, si oyereis los mandamientos de Jehová vuestro Dios, que yo os prescribo hoy y la maldición, si no oyereis los mandamientos de Jehová vuestro Dios, y os apartareis del camino que yo os ordeno hoy, para ir en pos de dioses ajenos que no habéis conocido … Cuidaréis, pues, de cumplir todos los estatutos y decretos que yo presento hoy delante de vosotros (Deuteronomio 11:26-28, 32).
Los que minimizan o incluso niegan la necesidad de una cuidadosa obediencia a Dios, no entienden o se niegan a aceptar la naturaleza de Dios y Su gracia. La obediencia, en lugar de ser excluidos por gracia, nos pone en posición de recibir la gracia salvadora de Dios a través de la sangre derramada de Su Hijo: “Y habiendo sido perfeccionado, vino a ser autor de eterna salvación para todos los que le obedecen” (Hebreos 5:9). Sin rubor ni disculpa, decimos valientemente con Pablo: “Por tanto, amados míos, como siempre habéis obedecido, no como en mi presencia solamente, sino mucho más ahora en mi ausencia, ocupaos en vuestra salvación con temor y temblor” (Filipenses 2:12). Si nos negamos a obedecer la Palabra de Cristo, rechazamos a Cristo mismo. Esa misma desobediencia se levantará para atormentarnos y condenarnos en el Juicio: “El que me rechaza, y no recibe mis palabras, tiene quien le juzgue; la palabra que he hablado, ella le juzgará en el día postrero” (Juan 12:48).
[1] James Strong, Strong’s Exhaustive Concordance (Nashville, TN: Crusade Bible Publishers, Inc., n.d.), pág. 733 (obedecer) en combinación con el apéndice “Dictionary of the Hebrew Bible”, pág. 118.
[2] Francis Brown, S.R. Driver, Charles A. Briggs, eds., The New Brown, Driver, and Briggs Hebrew and English Lexicon of the Old Testament (Lafayette, IN: Associated Publishers and Authors, Inc., 1981), págs. 1033–34.
[3] Gerhard Kittel, ed., Theological Dictionary of the New Testament (Grand Rapids, MI: Wm. B. Eerdmans Pub. Co., 1981), 1:223–24.
[4] Webster’s New International Dictionary of the English Language, ed. William Allan Neilson (Springfield, MA: G. and C. Merriam Co., 1957), p. 1678.
[5] Rubel Shelly, “What Are They Saying About Baptism?”, en The Ashwood Leaves (Boletín de la Iglesia de Cristo de Ashwood, Nashville, TN), 1 de febrero de 1984
[Nota: Escribí este manuscrito y presenté un resumen del mismo en forma oral en la Décima Conferencia Anual de Denton, organizada por la Iglesia de Cristo de Pearl St., Denton, Texas, del 10 al 14 de noviembre de 1991. Dirigí las conferencias, edité y publiqué (Valid Pub., Inc.) el libro de las conferencias, Estudios sobre 1 y 2 Samuel.)]
Atribución: Tomado de TheScripturecache.com; Dub McClish, propietario, curado, y administrador.
Traducido por: Jaime Hernandez.