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Dios ha “cambiado de opinión” en ocasiones (por ejemplo, Éxodo 32:7-14, Números 14:11-20). Si Dios nunca “cambia de parecer” acerca de algo, el deísmo está justificado y muchas de nuestras oraciones son vanas. A menudo, el objetivo de nuestras oraciones es para persuadir a Dios a que intervenga providencialmente en situaciones que (entendemos por la Biblia) no contradecirían Su inmutabilidad. Estas oraciones involucran casos en los que tememos que Él podría no intervenir si no damos a conocer nuestras peticiones.
Sin embargo, todas estas ocasiones (con respecto a las cuales esperamos persuadir a Dios para que actúe providencialmente por haber orado) tienen un hilo común. Se relacionan con su trato con nuestras circunstancias finitas y temporales. Si hubiera destruido la murmuración del desierto y hubiera creado una nueva nación a través de Moisés, no habría alterado sus promesas a Abraham, incluida la Semilla prometida que bendeciría a todas las naciones (Gálatas 3:16).
Cuando oramos sobre varias circunstancias o personas, esas cosas son asuntos indiferentes con respecto al plan de Dios para redimir a la humanidad. Es muy posible que deseemos y oremos para que Dios restaure la salud de un hermano o hermana fiel. Sin embargo, su salvación no depende de si la oración es respondida de acuerdo con nuestro deseo.
Nadie con un poco de conocimiento de la Biblia le pediría a Dios que salvara a un pagano sincero a través de Buda. La orientación general de la Biblia, por no mencionar las numerosas declaraciones explícitas (por ejemplo, Juan 14:6), hace que tal oración sea impensable.
Sería una completa locura pedirle a Dios que salve a un pecador no arrepentido de sus pecados, un infiel en su incredulidad o un depravado en contra de la voluntad de ellos. Por varias declaraciones imperativas y categóricas, sabemos que la voluntad de Dios está eternamente dada para esas cuestiones redentoras: (1) “Os digo: No; antes si no os arrepentís, todos pereceréis igualmente” (Lucas 13:3). (2) “Porque si no creéis que yo soy, en vuestros pecados moriréis” (Juan 8:24). (3) “He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo” (Apocalipsis 3:20). La promesa de Dios a Abraham relacionada con el Evangelio salvador es el tema de Su declaración jurada:
Por lo cual, queriendo Dios mostrar más abundantemente a los herederos de la promesa la inmutabilidad de su consejo, interpuso juramento; para que por dos cosas inmutables, en las cuales es imposible que Dios mienta, tengamos un fortísimo consuelo los que hemos acudido para asirnos de la esperanza puesta delante de nosotros (Hebreos 6:17-18; énfasis DM).
Dios no puede mentir, punto; sin embargo, cuando comenzó su carta a Tito, Pablo enfatizó especialmente esta faceta de la naturaleza de Dios en relación con los asuntos de la salvación prometida:
Pablo, siervo de Dios y apóstol de Jesucristo, conforme a la fe de los escogidos de Dios y el conocimiento de la verdad que es según la piedad, en la esperanza de la vida eterna, la cual Dios, que no miente, prometió desde antes del principio de los siglos y a su debido tiempo manifestó su palabra por medio de la predicación que me fue encomendada por mandato de Dios nuestro Salvador (Tito 1:1-3; énfasis DM).
Dios ha sellado todos los asuntos relacionados con la redención. Él violaría y contradeciría su propia inmutabilidad si Él los cambiara. Las anteriores declaraciones categóricas del Señor incluyen las condiciones básicas sobre las cuales Dios concede la gracia salvadora a través de su Hijo. Él no solo sería poco confiable y caprichoso, sino engañoso, si Sus condiciones de perdón no fueran absolutamente constantes ni excepcionales. Si Dios fuera un agente cambiante, no sabríamos qué creer, hacer o enseñar sobre la pregunta de todas las preguntas: “¿Qué debo hacer para ser salvo?”
Dios definitivamente reveló su plan para salvar a los hombres a través de la muerte de su Hijo. A pesar de este hecho, los hombres a veces hacen afirmaciones extremadamente absurdas: “No sabemos por qué Dios escogió salvarnos a través del sacrificio de Cristo; Pudo haberlo hecho de otra manera.” Seguramente los que hablan así no han pensado lo que están diciendo.
En primer lugar, ¿de dónde aprendió algún hombre insignificante e ignorante que había “otra forma o camino”? Además, considere lo que tal sofistería implica acerca de Dios: Él podría haber redimido al hombre por otros medios, ¡pero eligió hacerlo de una manera que requería un sufrimiento indescriptible― e innecesario―por parte de su Hijo! Tal comportamiento sádico sería completamente irreconciliable con el amor y la misericordia de Dios. Cuando Su Hijo justo oró tres veces: “Padre mío, si es posible, pase de mí esta copa” (Mateo 26:39-44), seguramente, si hubiese habido alguna otra forma posible de asegurar nuestra redención, Su Padre amoroso lo habría empleado. No había otra manera.
En el Concilio Divino Trino, el esquema de la redención humana fue concebido antes de la creación (I Pedro 1:18-20, ver Miqueas 5:2, Romanos 16:25, Efesios 3:11, II Timoteo 1:9). Este plan era tan perfecto, cierto y definitivo como la Deidad Misma. Incluso Satanás, con sus ángeles malvados y su poderosa arma de muerte, no pudo evitar que fructificara el establecimiento de la iglesia con propósito eterno (Mateo 16:18; Efesios 3:10-11). Si, después de toda la planificación divina, la profecía y la tipología, Dios hubiera “cambiado de opinión” sobre la forma en que se haría la redención del hombre, ¿cómo podríamos confiar de cualquier otra cosa que dijera? La misma sugerencia bordea la blasfemia.
Durante mucho tiempo otros han sugerido que Dios ha cambiado de opinión acerca de cómo debe el hombre responder para poder ser salvado por medio de Cristo. El catolicismo romano y el protestantismo por igual se basan en la idea de que Dios no quiso decir lo que dice sobre el plan de salvación, la iglesia, el culto, la vida santa y otros temas, incluido el Juicio.
Algunos de nuestros hermanos inconformes siguen la huella detrás de los denominacionalistas, declarando audazmente que Dios ha cambiado de opinión sobre―todas las cosas―el bautismo. Royce Money, presidente de Abilene Christian University, es un buen ejemplo. En su discurso en las Conferencias de ACU en febrero de 2000, después de que hizo lo que al principio sonaba como una fuerte declaración sobre la necesidad del bautismo, luego lo reiteró todo. De Juan 3: 5 dijo:
Supongo que aún es cierto. Esa es la regla, pero ¿y las excepciones? ¿Qué hay de innumerables creyentes…cuya espiritualidad y virtudes cristianas a veces superan a las mías? ¿Qué hay de todo eso? No lo sé, pero el Señor conoce las excepciones, y espero que haga muchas. Nuestro trabajo, me parece, es enseñar la regla y dejar que el Señor haga las excepciones [aplausos largos y fuertes].
Como a menudo todos los liberales dementes lo hacen, Money puso su cerebro en neutral y compitió con su motor emocional en esta declaración. Parafraseo: “Dios está obligado a hacer excepciones a su enseñanza sobre el bautismo porque hay tantos ‘creyentes espirituales’ que no creen en él. Sin duda Él no condenará a todas esas personas buenas y sinceras.” Esto es una antigua tontería denominacional. No, hermano Money: no es nuestro trabajo enseñar la regla y sugerir que el Señor hará excepciones. Es nuestro trabajo enseñar la ley―punto (Mateo 28:19-20; Marcos 16:15-16).
¿Alguien me puede explicar cómo este hermano apóstata supo que “el Señor conoce las excepciones” de Juan 3:5? Ciertamente no dio ninguna Escritura para su escandaloso anuncio. Su atrevida afirmación de excepciones a Juan 3:5 (en la que el Señor negó explícitamente cualquier excepción a su regla declarada) sería divertida si no fuera tan espiritualmente destructiva. Obviamente, este hombre cree que el Señor ha cambiado de opinión sobre el bautismo. Según él, lo que Cristo realmente quiso decir fue: “Excepto que algunos nazcan del agua y del Espíritu, no pueden entrar en el reino de Dios. Otros pueden entrar sin hacerlo.” Y también que Cristo realmente quiso decir: “Algunos que creen y sean bautizados serán salvados, pero otros se les excusará de no ser bautizados.”
Si los hombres pueden descartar tan fácilmente el bautismo, ¿por qué detenerse ahí (por supuesto, los liberales no lo hacen)? ¿Por qué no podría el infiel argumentar que Cristo no quiso decir lo que dijo acerca de creer en él? Si Dios hará excepciones sobre el bautismo, seguramente sería injusto rechazar las excepciones de la fe. Quizás también ha cambiado de opinión sobre el pecado de Sodoma.
No debería sorprendernos demasiado ver a un apóstata como Lynn Money hacer afirmaciones tan extravagantes. Sin embargo, aquellos a quienes no se les quita esa ropa liberal a veces se desvían hacia este síndrome de “Dios puede cambiar de parecer.” Cuando alguien dice: “Si Dios elige salvar a algunos sin el bautismo, no me opondré”, necesita considerar más detenidamente sus palabras.
Por supuesto, ningún mortal debería oponerse a nada de lo que Dios haga, pero ¿existe insinuación, aun poca de que Dios ha cambiado o cambiará de parecer acerca de los requisitos de salvación? Tales declaraciones sugieren que en el juicio el Señor puede decir lo que realmente no quiso decir en su Palabra acerca del bautismo. Las semillas del Universalismo están en esta declaración. (1) Si el bautismo es el único acceso del pecador a la sangre de Cristo (que lo es: Romanos 6:3) y (2) si no hay remisión de los pecados aparte de Su sangre (y no la hay: Romanos 5:9; Hebreos 9:22; I Pedro 1:18-19; Apocalipsis 1:5; y otros), Entonces (3) si hay excepciones al requisito del bautismo debe haber excepciones a la necesidad de La sangre de Cristo para la remisión de los pecados. Si esto es así con uno, ¿por qué no con todos, a menos que Dios haga acepción de personas?―Lo cual Él no es así (Hechos 10: 34-35).
¿Por qué alguien que está seriamente interesado en la salvación de las almas piensa sugerir que el Señor puede eximir a algunos del bautismo o que tal vez ha cambiado de opinión sobre el requerimiento? Quien vea así cualquier declaración de la Palabra de Dios relacionada con la salvación ya no cree en la terrible promesa del Señor: “El que me rechaza, y no recibe mis palabras, tiene quien le juzgue; la palabra que he hablado, ella le juzgará en el día postrero” (Juan 12:48).
Dios no ha cambiado de opinión. Los que asumen que Él lo hizo, harían bien en cambiar mejor ellos de parecer mientras aún vivan de este lado del Juicio.
[Nota: Escribí este manuscrito, y originalmente aparecoó en el “Editorial Perspective” en el ejemplar de The Gospel Journal en Agostos del 2000, del cual, en ese tiempo era el editor.
Reconocimiento: Tomado de TheScripturecache.com, propiedad de y administrado por Dub McClish.
Traducido por: Jaime Hernandez.