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En 1949, John Gunther escribió una novela conmovedora titulada Muerte, no seas orgullosa, registrando la enfermedad (tumor de cerebro) y muerte de su joven hijo. Me gusta tener la esperanza de que la muerte no me conquistará a mi como esta cita sugiere, pero no es sabio alardear de lo que haré cuando aún no he sido juzgada como Acab le dijo a Ben-adad, “Decidle que no se alabe tanto el que se ciñe las armas, como el que las desciñe.” (1º Reyes 20:11). Pedro aprendió esta lección de la manera difícil (Mateo 26:33-35, 69-75), y yo espero haber aprendido y continuar aprendiendo de él.
También recuerdo a un predicador, quien durante los años de mi niñez y juventud, era muy requerido para campañas evangelísticas. Él tenía un talento para despertar las emociones de las personas y siempre tenía muchas respuestas. Él constantemente predicaba que nosotros no deberíamos temer a la muerte, que la muerte es una liberación de los problemas de este mundo, que la muerte para los santos significa la entrada en el Cielo―no el final, pero si el principio. Él advirtió a otros, incluso reprendiéndoles suavemente por su miedo; pero después él fue diagnosticado con cáncer terminal, él estaba absolutamente aterrorizado. Yo me sentí apenado por él por más de una razón. En primer lugar, el hecho de que su vida le fue quitada (cortada) y que él tuvo que sufrir, fue muy triste. En segundo lugar, ese miedo a plena vista debió haber sido humillante después de que él había predicado tan claramente a otros.
Habiendo dicho esto, nosotros sabemos que el dolor, la pena, el desánimo y la muerte son parte de esta vida. Estos no son castigos por nuestros pecados, pero ellos pasan porque somos seres humanos (Romanos 5:12). Dios permitió que Job fuera probado, Él permitirá que nosotros también seamos afligidos y probados (Job 5:6-7; 13:15; 14:1). Ya que esto es sin duda cierto, vamos a estudiar algunas maneras de tratar con esta pena y tristeza y con el debido conocimiento de que la muerte no está lejos.
En Julio del 2004 yo fui diagnosticada con linfoma de células de manto, una forma muy rara y muy agresiva de linfoma no-Hodgkin. Desde un punto de vista, fue casi un alivio porque yo me había sentido muy mal por mucho tiempo y no se había encontrado la causa. Mo alivio, sin embargo, fue efímero cuando empecé a investigar la enfermedad. Porque era muy aislado (de los otros linfomas) y muy raro, se había hecho muy poca investigación sobre el mismo y consecuentemente, muy pocos tratamientos estaban disponibles. La tasa de supervivencia era de dos a cuatro años, de acuerdo a la información que encontré en internet. ¡Entonces empecé a experimentar esa sensación de preocupación!
Me enviaron al Hospital Baylor, al Centro de Cáncer Sammons en Dallas, Tx. El oncólogo especializado en sangre, huesos y trasplante de médula que me fue asignado nos describió a mi esposo Dub y a mí, las cuestiones básicas de la enfermedad y después propuso el tratamiento explicado paso a paso. Él dijo que sin el tratamiento yo podría estar muerta en seis meses; con el tratamiento, tal vez podría vivir de dos a cuatro años. Él se sentía muy seguro de que nosotros podríamos vencer las probabilidades. Él siempre dijo. “No digas si va a volver, sino cuándo. Él volverá.” Cuando le pregunté qué haremos cuando vuelva, él respondió: “¡Lo golpearemos nuevamente!”
Así que estoy verdaderamente agradecida con el Centro de Cáncer Sammons, el personal y con mi oncólogo. El cuidado―de todo tipo―que ellos me han dado no puede ser comprado con dinero y sé que esto ha hecho toda la diferencia con respecto a mi actitud. Ellos me han inspirado confianza.
Hay algo de ventaja en conocer que mi muerte es probable que llegue más pronto que tarde. Esto me obliga a pensar acerca de mi vida, los cambios que necesito hacer, cosas que tengo que decir y hacer, personas de las cuales debo buscar su perdón. Nosotros deberíamos estar conscientes en todo tiempo que la muerte es segura: “Y de la manera que está establecido para los hombres que mueran una sola vez, y después de esto el juicio” (Hebreos 9:27), pero no hay como una enfermedad terminal que nos haga encarar el hecho de que la muerte no está en algún lugar nebuloso por ahí, en el futuro distante, sino que está frente a mí aquí y ahora. Comparado con toda una vida, es inminente.
He sido bendecida con contar con las oraciones de Cristianos literalmente de todo el mundo. He sido mencionada en incontables boletines de la iglesia y en anuncios verbales; algunos todavía me incluyen regularmente, después de todo este tiempo. He perdido la cuenta de las tarjetas, e-mails, cartas y llamadas telefónicas que he recibido y aún recibo. Cuando empiezo a sentir pena por mí misma, trato de recordar aquellos que se preocupan por mí. También sé que hay muchos que están en peor situación que yo. Mantengo una lista y trato de enviarles tarjetas, e-mails y notas para animar a los que están enfermos, sufriendo o en desesperación. Cuando mi mente está ocupada en otras personas, es más difícil que yo piense en mí (Romanos 12:10; 1a. Corintios 13:4-5; Santiago 2:8).
También he sido bendecida con un esposo que me ama y quien me ha cuidado fielmente y sin quejarse, a lo largo de esta terrible experiencia. Me doy cuenta que muchos no son tan bendecidos. Nosotros tenemos mucho por lo cual estar agradecidos ya que él goza de una excelente salud. Cuando yo estaba pasando por la quimioterapia, él llevaba su laptop y trabajaba allí mientras mis tratamientos se efectuaban. Hacía lo mismo cuando yo tenía mi tomografía semestral. Ha tenido que hacerse cargo de más tareas de las que estaba acostumbrado a hacer, ya que mi fuerza no me alcanza para cubrir mucho de ellas. El amor de nuestros hijos y su cuidado ha sido una fuente de fortaleza también. Incluyo a Paige, nuestra nieta, quien vivió con nosotros por muchos años, quien estuvo aquí para ayudarme de muchas maneras y ha sido siempre amable, generosa y paciente.
Una de las lecciones de más valor que he aprendido de mi enfermedad es la necesidad de determinar lo que es importante y lo que no lo es. Trato de usar mi fuerza y mi tiempo en hacer cosas que importarán para mi familia y para otros, en ambos casos para ahora y para la eternidad. Me recuerdo que no debo preocuparme por las cosas que son insignificantes (¡algunos dirían que llevo esa política a los extremos cuando se trata de limpieza!). Estoy muy consciente del ejemplo que estoy dando y continuamente trato de controlar mi discurso como corresponde.
Dios ha prometido que Él estaría conmigo en todos los aspectos de mi vida (Salmos 23:4). Él no prometió que yo no tendría que sufrir o que yo no moriría prematuramente.
Me he sorprendido de la gente que me ha asegurado que Dios responderá mis oraciones, dando a entender que Él me perdonará si oro fervientemente. Ellos me dicen: “Las oraciones funcionan.” Si, Dios contestará mis oraciones; no tengo duda de que Dios es capaz de librarme, pero ¿por qué esperaría yo un trato especial? Si Dios permitió que Su propio Hijo sufriera una muerte horrible sin intervenir, incluso cuando ese Hijo clamaba y rogaba por liberación (Mateo 26:39; Hebreos 5:7), ¿por qué podría yo pensar que soy mejor que Jesucristo? Dios le dijo a Pablo, cuando él le pidió que le quitara “su aguijón”, “Bástate mi gracia” (2ª Corintios 12:7-9). Pienso en los tres jóvenes Hebreos que le dijeron al rey, “nuestro Dios a quien servimos puede librarnos… y si no…nosotros no serviremos a tus dioses” (Daniel 3:16-18).
Dos estrofas de una hermosa canción popular, “Forastero” expresa nuestro anhelo por un lugar mejor y nuestra esperanza en la comodidad que brindará (cito de memoria):
“Soy un pobre forastero, Viajando a través de este mundo de dolor
Sin embargo, no hay enfermedad, trabajo, ni peligro en esa tierra brillante a la que voy.
Sé que obscuras nubes se acumularán sobre mí, sé que mi camino es áspero y empinado.
Sin embargo, hermosos campos yacen justo delante de mí, donde Dios me espera.”
Así como Abraham buscó, yo estoy buscando una ciudad donde el arquitecto y constuctor es Dios (Hebreos 11:10). “Enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor; porque las primeras cosas pasaron” (Apocalipsis 21:4). ¡Qué hermosa descripción de lo que le espera a quien es fiel! Estas cosas me ayudan a estar confiada y sin miedo y me animan cuando estoy débil.
Espero que estos pensamientos sean de ayuda para otros que se encuentran como yo, luchando con el miedo y con el desánimo.
[Nota: Este artículo fue escrito el 27 de junio de 2007. La información de su publicación se ha perdido.]
Atribución: Tomado de thescripturecache.com; Dub McClish, propietario y administrador.
Traducido por: Freda de Hernandez